viernes, 31 de julio de 2009

XXIV


Te adoro igual que a la bóveda nocturna,
oh vaso de tristeza, oh gran taciturna,
y más aún te amo, bella, cuanto tú más me huyes,
y cuanto más me pareces, ornamento de mis noches,
aumentar con mayor ironía las leguas
que separan mis brazos de las inmensidades azules.

Me lanzo al ataque, y escalo al asalto
como tras un cadáver un coro de gusanos,
y deseo, ¡oh, bestia implacable y cruel!
¡Hasta esa frialdad, te hace para mí más bella!


Charles Baudelaire. (1821-1867)

Poeta Maldito...

Fiestas Populares(I)

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... Según los historiadores más prestigiosos, en el antiguo Sumer
se celebraban constantemente ágapes en honor de sus dioses.
... Los sumerios tenían divinidades para todo, por lo que se pasaban más tiempo del año de fiesta que trabajando.
... Hoy nos concentraremos en cierta fiesta que se celebraba a determinado dios. El nombre de este dios se ha perdido a través del tiempo, y no sabemos en qué fecha del calendario se celebraba exactamente: puede haberse festejado a mediados de septiembre, o a principios de marzo.
... Lo que sí sabemos (porque lo dicen los grandes historiadores) es que dichas celebraciones contaban con un despliegue artístico inusitado para la región. Músicos, actores, bailarines, malabaristas, concursos y fuegos artificiales: nada faltaba en esta ocasión festiva en donde toda la población decía presente, incluso los habitantes de la periferia, que se acercaban al lugar montados en precarias bicicletas.
... Consta en los anales de la justicia de esa época que en estas fetividades ocurrían numerosos disturbios públicos. Los más frecuentes eran riñas de borrachos, apuñalamientos por intolerancia, y colisiones de bicicletas por gente beoda que no llevaban las luces reglamentarias.
... Al día siguiente de la celebración se hacía el recuento de las defunciones. Para declarar que la fiesta había sido digna del dios cuyo nombre ignoramos, era necesario que diecisiete personas (mínimo) hubieran perdido la vida.
... Hasta aquí lo conocido sobre esta fiesta patronal. Nos encontraremos próximamente para seguir difundiendo estas maravillosas fiestas populares de todos los tiempos y lugares. Gracias.

jueves, 30 de julio de 2009

Oscuridad


Donde ellas bailan frenéticamente

con sus cuerpos exangües la danza de la muerte.

Donde ellos componen canciones macabras

que recuerdan tinieblas, pesadillas y lágrimas.

Donde los niños han perdido su inocencia

y marchan al son de melodías sin sentido.

Donde los ancianos fueron despojados

de la vulnerabilidad de su edad

y contemplan extasiados

el paisaje de muerte a su alrededor.


Allí está esperando en las sombras,

sentado en su trono,

reinando sobre la Oscuridad,

observando el aberrante espéctaculo,

disfrutando del hipnotismo de sus seguidores,

de la ceguera que todos ellos sufren

y que lo eleva como rey.

miércoles, 29 de julio de 2009

La Peregrina

También yo quisiera adornarme con rosas como las campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar. Pero cuando voy a cortar las rosas, todo el jardín se me hiela. Cuando los niños juegan conmigo tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al tocarlos. Y en cuanto a los hombres, ¿de qué me sirve que los más hermosos me busquen a caballo si al besarlos siento que sus brazos inútiles me resbalan sin fuerza en la cintura? ¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar... Tener todos los sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno...
¡Y estar condenada a matar siempre, siempre, sin poder nunca morir!

Fragmento de "La Dama Del Alba" de Alejandro Casona.

martes, 28 de julio de 2009

Amor 77

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... Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.



(Julio Cortázar: Un tal Lucas)

Iniciático

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... Supo que algo andaba mal desde el momento en el que despertó.
... Había una luz tenue que iluminaba el ambiente tétricamente, y un viento suave se escabullía entre sus sábanas y le enfriaba la cama donde había estado durmiendo plácidamente hasta hacía relativamente poco tiempo. Además, una ligera bruma envolvía las patas de su lecho y se elevaba por el aire impidiéndole ver qué se ocultaba en las sombras cercanas.
... Venciendo los temores que lo invadían, decidió salir de su cama y recorrer las cercanías del paisaje nuevo que se abría ante sus ojos.
... Lo primero que sintió al incorporarse fue la pegajosa humedad del pasto que había reemplazado a su cálido piso de parquet. Esto le dio la certeza de que no estaba en su cuarto, lo que lo tranquilizó un poco: lo que estaba viviendo era un sueño (o pesadilla), y ahora se sentía más seguro y decidido a dejarse llevar por las fuerzas oscuras que se agazapaban cerca suyo.
... El viento empezó a soplar con más fuerza, y la niebla comenzó a girar, formando arabescos y extrañas figuras que iban mutando delante de sus ojos. De pronto, la niebla empezó a descender, y vislumbró un ser gigantesco que se erguía firme delante suyo.
... La sombra comenzó a tomar forma de hombre, y le habló con voz grave y profunda:
... “Hijo mío -le dijo-, ya es hora. Todo lo que poseo debe pasar a tus manos. Es hora que comience tu formación para convertirte en el Maestro de los Sueños y vivir eternamente en el Territorio de las Sombras, donde serás el amo de todos los seres que allí habitan. Debes seguirme y no temer, ya que todo está preparado para la gran ceremonia de iniciación. Apresúrate, que el momento se acerca, y ya no puedes escapar a tu destino.”
... De pronto, lo invadió un terror paralizante. Las palabras del desconocido lo dejaron confundido. Había algo en ese discurso que lo atraía a seguir a la sombra, pero una fuerza interna lo incitaba a salir corriendo y alejarse de ese ser que, increíblemente, le parecía conocido, como si ya lo hubiera visto o escuchado antes en algún lado.
... En el momento en que la sombra avanzó para tomarlo de la mano y arrastrarlo hacia el reino de la oscuridad, sintió que recuperaba el movimiento en sus miembros entumecidos por el frío y la humedad, se dio vuelta y huyó en dirección hacia el bosque infinito que se estaba acercando delante suyo. De repente tropezó con una raíz que emergía del suelo fangoso y cayó hacia delante, golpeándose la cabeza con una piedra. Se desmayó de inmediato.
... Volvió en sí de golpe, en la cama. La oscuridad lo envolvía. Instintivamente alargó la mano para encender el velador, y lo logró.
... Su cuarto estaba igual que como cuando se había dormido. No había nada raro ni fuera de lugar. No se sorprendió; al fin y al cabo, un sueño puede llegar a sentirse demasiado real. Nunca en sus diez años de vida había tenido un sueño tan extraño, pero pensó que nunca era tarde para tener el primero.
... Miró el reloj: las doce y un minuto de la noche. Pensó que el tiempo real corría de forma diferente del tiempo en el territorio de los sueños, ya que recordaba haberse dormido al empezar a sonar las campanadas que anunciaban la medianoche, y su sueño debería haber transcurrido en media hora aproximadamente. Decidió no preocuparse por eso en ese momento, y apagó la luz para volver a dormir.
... No se dio cuenta de que un hilo de niebla seguía girando alrededor de una de las patas de su cama.

El topo y el sol

El hurón rasquetea una chapa mugrienta, oxidada. No muy lejos, el hombre canoso, desanimado martilla. Y sus martillazos resuenan secamente. Tierra, mas tierra, tierra seca, ¿hace cuanto que no llueve? Suspira con desgano. ¿Hace cuanto? Gime, y el hurón se espanta, corre corderito por los caminos que conducen casi seguro al infierno. Casi, piensa el hurón, casi. Y se introduce con habilidad de topo, en un pozo. Y quiere ser topo, pero esos ritmos de la zoología tan injustos... ¡Pucha!, y la oscuridad que recuerda los ojos del anciano triste que martilla de nuevo.

¡Ay!, el sol, que fluye sobre la tierra, sobre el campo, sobre el anciano y no sobre el hurón que extraña, divertido, al sol. Y el sol que extraña, divertido, al viejo, que se va hundiendo de a poco en las pupilas de un niño que lo observa. Odio y pasión lo van desollando, quemándole la piel, arrancándosela. ¡Ay!, el martillo sigue bailando, ahora, al compás de dos ojos ingenuos que lo siguen con ternura. Te odio martillo, te odio hurón, te odio niño. Sus pulsiones agresivas se extienden y grita tratando de espantar al niño, como había hecho minutos atrás con el pobre hurón que ahora llora sus fracasos con rabia. Ah, topo, te envidio. Pero el niño inmutable, y el viejo y su sangre que ahora corre mas rápido, su cara que se pone cada vez mas colorada y se dilata, y ruge el lobo ruge ¿hace cuanto que no llueve, sol, hace cuanto? Vapores que emana la tierra, y debajo, el hurón. ¡Ay de mi!, sonríe, se pierde, se da vuelta el hurón, para ver por la hendidura que le cede el paso a una luz tímida que golpea y golpea, como el martillo. Luz, sol.

De pronto, el niño y el anciano se fusionan en un abrazo espasmódico, y el viejo llora y empapa el suelo que con prisa absorbe las lágrimas de fénix que caen sobre el hurón y este se molesta y vuelve con amargura a rasquetear la chapa, y algo martilla al viejo. Ya no hay mas niño, ya no hay mas viejo, ni mas hurón. Solo tierra, y sol, y mas tierra... y un topo que sonríe con malicia.

sábado, 25 de julio de 2009

Una noche cualquiera

Fue un miércoles a las cuatro de la madrugada. El frío empezaba a entumecer sus dedos; lo único que quería en ese momento era encontrar algún bar donde pudiera entrar.
Caminó un par de cuadras por calles oscuras hasta que, finalmente, encontró el lugar que estaba buscando: el bar que solía frecuentar los sábados con sus amigos. Vio luces y escuchó música, así que entró.
No había mucha gente adentro. Buscó una cara conocida para poder charlar con alguien, pero no encontró a nadie.

-Qué importa– pensó. Por lo menos ya no tengo frío.

Se acercó a la barra donde un grupito de gente se empujaba para poder conseguir los tragos que habían pedido hacía rato. Se abrió camino entre la pequeña multitud y se sentó en una banqueta. Le pidió al barman una cerveza y se dispuso a tomarla tranquila, sin hablar con nadie.
La música sonaba fuerte, pero no tanto como para molestarle. “Un ángel para tu soledad” la animaba y le hacía recordar viejos tiempos. Sonrió.

-¿Puedo sentarme?

La pregunta la sobresaltó, seguía inmersa en sus recuerdos.

-Sí, claro. No hay problema.

-¿Estás sola?- preguntó aquél hombre mientras se acomodaba en su asiento.

-Por el momento… sí, estoy sola- respondió alzando la voz para que no se perdiera en las melodías que sonaban cada vez más fuerte.
La luz era tenue, pero podía distinguir perfectamente el rostro de ese hombre. Tuvo la sensación de que ya lo conocía, así que decidió preguntarle.

-Disculpá, ¿nos conocemos de algún lado?

-No creo… ¿sos de acá?

-No, pero vine a vivir acá hace varios años.

-¿Muchos?

-Nueve. Nueve años. ¿Y vos? ¿Sos de acá?

-No, yo tampoco.

El hombre “casi desconocido” sonrió. Ella le devolvió la sonrisa por compromiso. No estaba de buen humor.
Luego de un breve silencio, comenzaron a charlar. Hablaron durante horas. Mientras el tiempo pasaba, ella estaba cada vez más segura de que lo conocía. No podía dejar de pensar en eso.

-De verdad-, le dijo. Siento que te conozco de algún lado. Desde hace mucho tiempo.

-Yo tengo la misma sensación, pero me cuesta recordar. Quizás en otra vida…

-No creo en esas cosas.

-Que escéptica…

-No, sencillamente no creo en eso. Pero respeto las creencias ajenas, es interesante compartir cosas que no tengamos en común.

-Es raro. Estamos hablando hace varias horas y no encontramos muchas cosas en común entre nosotros. Casi nada, en realidad.

-Pero nos entendemos perfectamente. Me siento cómoda con vos. ¿No sentís eso?

-Sí, yo también lo siento.

Hubo otro silencio. Esta vez mucho más extenso. A pesar de eso, nunca se volvió incómodo. Todo era muy agradable.

-Quizás suene algo apresurado- le dijo ella casi impulsivamente, pero… ¿te gustaría que nos veamos otro día?

El hombre, pensativo, la observó por un momento.

-No quisiera ofenderte- dijo. Pero no creo que sea buena idea.

-¿Puedo saber por qué?- preguntó algo avergonzada.

-¿Sabés algo? Yo suelo tener razón. Siempre.

-Si existe el “nunca digas nunca”, también existe el “nunca digas siempre”. Para siempre es mucho tiempo. La idea de “siempre”… no existe.

-No me creas si no querés. Pero tranquilamente te lo puedo demostrar.

-Ah, ¿sí? ¿Cómo?

-Puedo apostarte lo que quieras que me querés dar un beso.

-Ajá. Te das mucha importancia. ¿Por qué querría darle un beso a un “casi desconocido”?

-Porque desde que empezamos a hablar tus ojos me miran distinto.

-No tenés idea de cómo miro. No me viste mirar nada fuera de este bar, así que no tenés idea.

-Sí que la tengo. Porque ya nos conocemos.

-¿De dónde?

-Y como conozco tu manera de mirar, sé que me querés besar desde hace rato.

-¡¿De dónde?!

-Por eso tengo razón. Te dije que siempre tengo razón.

-Estás esquivando mi pregunta…

-Es que eso es relevante. Respondeme, con sinceridad: ¿querés besarme o no?

-Sí.

-¿Viste? Tenía razón.

-Dejá de darte tanto crédito de una vez por todas…

-¿Sabés por qué no nos podemos ver de nuevo?

-No. Decime, ya que “siempre tenés razón”, decime.

-Porque vos querés algo que yo no. Yo no tengo nada que darte; vos no tenés nada para darme.

-¿Cómo estás tan seguro?

-Porque siempre tengo razón.

-Otra vez con eso…

-¿No te acordás? Nosotros ya tuvimos esta charla. Hace muchos años.

-Mirá, la verdad es que yo no me olvido de las cosas así nomás. Menos de una cara, menos de haber tenido exactamente la misma charla con vos hace no sé cuántos años. No te creo.

El hombre soltó una carcajada.

-Está bien, no me creas si no querés. Pero te aseguro que ya vivimos esto.

-¿Dejà vu?

-No.

-Bueno, como quieras…

-Soy como la muerte, yo.

De pronto, ella recordó. Alguien le había dicho eso alguna vez. Comenzaba a dudar.

-“Y la muerte sólo sabe de muerte”- le dijo.

-¿Viste? Ya tuvimos esta charla.

-“La muerte no sabe del amor. Sólo sabe de muerte”- murmuró ella.

-Vos me aseguraste aquella vez que no le temías a la muerte. Me lo aseguraste porque creés que no estás segura de nada, salvo de que vas a morir.

-Estoy confundida, no entiendo por qué no me acuerdo de vos. Sin embargo… me acuerdo exactamente lo que me dijiste ese día. ¡Pero no sé cuándo fue “ese día”!

-No pienses tanto. Pensás demasiado.

-Sí, sí. Ya me acuerdo: “Pensás demasiado, liberate, no dejes que tu mente te prohíba ser lo que en verdad sos”.
-Exactamente.

-También me dijiste que no me podés besar porque tus besos te los reservás solamente para la mujer que amás.

-Sí.

-Mirá que raro… todavía no me acuerdo de vos, pero me acuerdo lo que sentí esa noche.

-¿Y qué sentiste?

-Me sentí sola.

-Perdoname…

-Está bien, no pasa nada.

-¿Seguís sola?

-Sí. Creo que ya me acostumbré.

-No mientas. Sé que cada vez te sentís más sola. Y eso te hace sentir peor.

-Bueno, ya no importa, no quiero hablar de eso.

-Cómo quieras.

De pronto, ella se dio cuenta de que habían apagado la música y que las luces se encendían. Afuera todavía estaba oscuro, pero no tardaría en aclarar.

-Mejor me voy, se me hizo tarde.

-¿Tarde para qué?

-Para nada, en realidad. Tengo la mala suerte de depender demasiado del tiempo.

-Seguís igual…

-Aparentemente. Intento cambiarlo, pero no lo logro.

-Es que no intentás… No das lo mejor de vos para poder para superarlo…
Ella lo escuchó, pero no le hizo caso. Se levantó y se puso el abrigo.

-Entonces, de verdad te vas…

-Sí.

-¿Sabés? vas a pensar en lo que nos acaba de pasar por mucho tiempo. Te vas a arrepentir, ni bien salgas de este bar, de haberte ido.

-Me arriesgo.

-Ya lo sé. Eso siempre me gustó de vos.

-Gracias. Quiero decirte algo: no me acuerdo, increíblemente, de vos. Pero sabé que no puedo dejar de sentir que te quiero, o te quise, no sé. Te quiero o quise mucho. Siempre.

-Ya lo sé.

-Bueno. Quizás nos veamos de nuevo… o no.

-Quizás… dentro de otros nueve años, sin que te acuerdes de haber charlado conmigo.

-Me arriesgo también a eso.

-Como quieras. Nos vemos.

-Dentro de nueve años.

Salió del bar confundida. El frío la golpeó en la cara. Buscó un taxi para volver a su casa.
Pensó durante todo el viaje la conversación que acababa de tener. Sin darse cuenta, ya estaba en la puerta.

-Son quince pesos- dijo el conductor.

-Sí, sí. Perdón.

Bajó del auto y entró a su casa. Estaba cálida.
Se acostó sin desvestirse, estaba muy cansada y se durmió en seguida.
La luz del sol que se filtraba por la ventana la despertó. Tenía sueño todavía, pero también sentía hambre, así que se decidió por desayunar algo.
Se sentía rara, confundida… pero no sabía por qué.
¿Qué había hecho ayer? No se acordaba. Y tampoco le importaba.

Un sombrero y tres mujeres

Absorta en esa ciudad turbulenta y angustiosa, Sabina sintió el deseo ser ave, de volar, de huir en silencio entre edificios quebrajados y grises que eclipsaban el sol ocultándose en el horizonte.
Mientras se deleitaba soñando despierta y la luz menguaba en su habitación, el sombrero de hongo que estaba sobre la cama, cayó al suelo provocando un ruido sordo.

Suena el timbre. Francesca abre la puerta. Es Paolo. Sostiene entre sus manos un sombrero de hongo. Francesca lo toma y lo apoya sobre la cama.
Envueltos en un círculo lujurioso, se pierden entre besos llenos de flores o de peces, como los de Cortázar. La música suena suave en la radio y el sol ilumina con sus últimos rayos la habitación, hasta que todo queda en penumbras.
El sombrero de hongo cae al suelo provocando un ruido sordo.

Era otoño y hacía frío. El sol empezaba a esconderse y Cassandra salió a caminar.
Cubierta con un ligero vestido blanco, se internó en el bosque, donde los árboles habían cubierto el suelo con lágrimas amarillas.
Se sentía sola. El sombrero de hongo que llevaba puesto era su única compañía. Alguien la había querido alguna vez. No recordaba quién. De pronto, el viento arrastró su sombrero, que cayó sobre una roca provocando un ruido sordo.

Seguía mirando por la ventana. Nada iluminaba su habitación, sólo las luces de la calle.
Sabina se sintió cansada de no hacer nada. Al caminar hacia la cama, pateó su sombrero de hongo; no hizo ruido alguno. Sabina se durmió.
Paolo se sintió cansado de no hacer nada. Se levantó de la cama y pisó su sombrero de hongo. No hizo ruido alguno. Se fue en silencio para no despertar a Francesca.
Francesca, cansada de simular un sueño profundo, se sentó en la cama. No pensaba en nada.
Cassandra, cansada de caminar, se recostó bajo un árbol. Su sombrero de hongo había volado lejos. No escuchaba ya ningún sonido.

Sabina soñó que caminaba por un bosque. Francesca sintió en sueños unas locas ganas de ser ave. Cassandra soñó con aquél amor que se fue en silencio.

jueves, 23 de julio de 2009

Lector "Alegría,saludo y salud"

Lector "Alegría, saludo y salud", decían antaño nuestros antepasados cuando acababan su cuento. ¿Por qué habríamos de temer imitar su cortesía y franqueza? Asi pues, diré como ellos: "Lector, adiós, riqueza y placer; si mis habladurías te han proporcionado todo esto, ponme en un agradable rincón de tu biblioteca; si te he aburrido, recibe mis excusas y arrojame al fuego"
Palabras escritas por Donatien Alphonse Françoise de Sade,
más conocido como el Marques de Sade (1740- 1814).
¡Amo al Marqués! (Aunque la mayoría piense que era solo un pervertido...)

martes, 21 de julio de 2009

Inauguración

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... Palabras. Palabras poderosas. Palabras suaves. Palabras sonoras, rítmicas, cargadas de significados.
... Palabras que son fuentes de belleza, de ideologías, de simbolismos.
... Palabras que hablan, que exclaman, que gritan, que callan...
... Palabras que damos al mundo para que ría, para que llore, para que tema, para que se sorprenda, para que piense.
... Cassandra, la Dama del Alba, Nastassia Filippovna y Anacarsis abren las puertas de este espacio para que los ojos vean, y las mentes disfruten.
... Pasen y vean; las palabras son amables, y los corazones que las ofrecen, gentiles.