miércoles, 29 de diciembre de 2010

La noche de Año Nuevo en el hogar

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Pasar la noche de Año Nuevo en el hogar es una manera clásica.
... Los familiares se reúnen, van llegando y, al entrar, emiten distintas opiniones.
... Unos dicen:
... -¡Vaya un frío que hace!, eh?
... Otros preguntan:
... -Hace frío, ¿eh?
... Otros declaran:
... -¡El frío que hace!
... Otros gruñen:
... -¡Hace un frío!
... Y así sucesivamente.
... Y es que el hogar, en la noche de Año Nuevo, es el único sitio en que, por única vez, se hallan de acuerdo las familias.
... Después viene el capítulo de los recuerdos:
... -¿Os acordáis de cómo pasamos el Año Nuevo pasado?
... -Sí. Fuimos a Arganda.
... -No. Eso fue el antepasado. El pasado nos reunimos en casa de Micaela.
... -¿En casa de Micaela? No. Estuvimos en "Los Burgaleses".
... -No, hombre, fuimos al café de San Millán. ¿No os acordáis que había unos mudos jugando al billar?
... Y se arman unos líos tremendos.
... Por fin, el abuelo corta las complicaciones diciendo que le duele una pierna. Los hijos dicen que es reuma. Y los sobrinos dicen que es gota. Y el abuelo dice que es tarde.
... Y se sientan todos a la mesa.
... Se sientan a la mesa a las diez, pero hasta las doce menos cuarto no sirven la sopa. La dueña de la casa se excusa ante los invitados que no son de la familia:
... -Crean ustedes que en estos días de tanto ajetreo...
... Y no dice más. Uno de los invitados -ese que es idiota, pero que se sienta siempre al lado de la estufa- se encuentra en la obligación de acabar la frase:
... -Sí. En estos días de tanto ajetreo, la sopa sale siempre salada.
... Todos se escandalizan y cada cual echa un poquito de agua de su copa en el plato del idiota, para combatir su exceso de sal. Cuando han concluido, el invitado tiene que tomarse la sopa en un sifón.
... La dueña de la casa lleva siempre la voz cantante, narrando cosas que no importan a nadie, mientras hace platos, en ese estilo familiar que todos conocemos. Por ejemplo:
... -La vida se está poniendo imposible. El otro día me decía la señora del piso de arriba (dame el plato Ramoncito) que le había costado un pollo pequeñísimo (¿quiere usted más verdura, papá?) dieciocho pesetas. ¿No es escandaloso que un pollo (me parece que te he servido poco, María Luisa) cueste más de tres duros? Y es que, digan lo que quieran, las subsistencias (la verdura no se ha cocido bien) siguen estando por las nubes, y el mes próximo (el que quiera más, que lo diga) aún subirán más.
... Etcétera, etc.
... La comida se desliza bajo la preocupación de la hora.
... -A ver si no van a dar las campanadas a tiempo.
... -Id distribuyendo las uvas en platitos.
... -Lo mejor es pelarlas.
... Pero todo esto no quita para que el reloj empiece a sonar cuando están todos más descuidados.
... Se atragantan. Hay siempre una señora gorda a quien le ataca en el preciso momento una risa convulsiva. Y hay también el caballero que ha vivido muchos años en América, y que no se sabe por qué, en vez de uvas, a cada campanada se traga un melocotón.
... A partir de las doce de la noche, la fiesta decae, y el instante en que alguien pone discos en el gramófono marca el primer ronquido y el primer bostezo. Pero los que empiezan a dormirse se despiertan siempre cuando al invitado idiota se le caen al suelo once discos, incluido el de "Rigoletto".
(Enrique Jardiel Poncela: Máximas mínimas, 1940)

Desesperación II

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Corre el agua ligera, corre como nunca lo ha hecho y como nunca más lo hará pero no puedo detenerla, aunque mi vida dependiera de ello no puedo, simplemente no soy capaz y me arrastrará, me hundirá y me ahogará y me perderé en las profundidades azules insondables que inundan la memoria, esa frágil memoria que amenaza con quebrarse en cualquier momento, dejándonos en el más absoluto olvido.
... El miedo más grande es quedar suspendido de la inconsciencia, de la Nada Eterna, del Vacío Astral. Pero más temo dejarte sola, desamparada, triste.
... Corro hacia tí, hacia tus brazos, hacia tu amor protector pero siento como si corriera en el aire sin moverme, no puedo hacer ningún movimiento y me siento enfurecer de impotencia, de rabia de ver cómo te alejas y no puedo, oh Dios, no puedo hacer nada para evitarlo y cómo te quiero, por favor ayúdame a llegar hacia tí, no dejes que me arrastre no permitas que esto termine aquí, tenemos tanto que compartir todavía.
... Pero te veo mientras me alejo, ahí, parada, sin poder hacer nada, mientras de tus ojos corre el agua ligera, mientras corre como nunca lo ha hecho y como nunca más lo hará.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Buenos Aires, noviembre de 1975: me gusta sentirme libre y quedarme si quiero

4.
Suena el teléfono y pego un respingo. Miro el reloj. Nueve y media de la noche. ¿Atiendo, no atiendo? Atiendo. Es el comando José Rucci, de la Alianza Anticomunista Argentina.
-A ustedes los vamos a matar, hijos de puta.
-El horario de amenazas, señor, es de seis a ocho- contesto.
Cuelgo y me felicito. Estoy orgulloso de mí. Pero quiero levantarme y no puedo: tengo piernas de trapo. Intento encender un cigarrillo.

Eduardo Galeano, en "Días y noches de amor y de guerra",1984.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Espero curarme de ti

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más que una semana?
No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se pueden reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "que calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"... Entre las gentes, a un lado de las gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero").

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirvo, es cierto. Solo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Jaime Sabines.

De la ilusión

Escribiste en la tabla de mi corazón:
desea.
Y yo anduve días y días
loco y aromado y triste.

Jaime Sabines

sábado, 11 de diciembre de 2010

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¡Que mal está el mundo! -me dijo Joaquín-.
Este comentario venía tras la observación catastrófica de la zanahoria arrancándose los brazos. Yo me limité a un "sí" pausado, casi prolongado…
Él se aterraba por cosas cotidianas. Lo de las zanahorias ya venía de hace meses, eso es lo de menos; al fín y al cabo el sol ya se tragó la tierra, los zombies se comieron todas las nubes…¡Y él se alarma porque una simple zanahoria se arranque los brazos!…
Mis preocupaciones son otras, todavía no las tengo claras, pero se que esas cosas no me preocupan, no me interesan, no me importan…Y no tiene que ver con el tema del estado somnoliento en el que estamos. ¡No! Nada más tiene que ver con la soledad y la falta de caramelos.
Ya falta poco para el "Día de los Zapatos Gastados" y los míos siguen nuevos. Esas cosas me aterran, lo demás no me parece importante.
Yo creo que esto no da para más, posiblemente me vaya a vivir a las cloacas, ya no aguanto más eso de vivir de árbol en árbol…¿Y Joaquín?...que se yo…Cuando logre hacer que despegue su naríz de la tierra le cuento que estamos por perder la cordura.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Las vírgenes sabias y necias (fragmento)

Maggie ya no es una enclenque muchacha de campo. Tiene busto y caderas curvas, una cintura elegante. Cuando no está actuando, usa el tupido y oscuro cabello partido al medio y recogido en ambos lados del rostro, como un reluciente plumaje de mirlo; en las sesiones espiritistas ese cabello espeso y lustroso cuelga hasta las caderas. Sus ojos negros son grandes y brillantes. Su boca roja es carnosa. Es bella, aunque no de la manera convencional. En una de esas espantosas novelas de a duro que los libreros victorianos guardaban en la sala de atrás, sería la femme fatale, la mujer equivocada para un buen hombre, la Dama con Velos que debe caer por el precipicio o irse a la Habana, o al manicomio, para que los amantes verdaderos puedan ser felices juntos. Maggie no es la mujer adecuada para un final feliz.
Parece un poco joven para una pasión tan siniestra.
Todavía hay inocencia en esos ojos oscuros.

Jeanne Mackin

El Caso de las Trompetas Celestiales (fragmento)

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En esta festividad de la Aparición de San Miguel Arcángel, en el año de gracia de 1939, Carmel había cumplido veinte o veintiún años, no recuerdo bien. Era lo que mi amiga Cheyney, americanizando deliberadamente la lengua materna, habría llamado una rubia rojiza. En otros términos, tenía cabellos rubios, pero no del tono platinado, oxigenado, ceniciento o tan siquiera de lino, de los sajones, sino de un tinte oro pálido, con reflejos marcados de color rojizo. No sé qué color de ojos se considera correcto para una rubia rojiza, pero los de Carmel, inesperadamente, eran de color castaño muy oscuro, los ojos que habitualmente tienen las morenas. Eran ojos preciosos, bien separados y adornados con largas pestañas negras. Su nariz era traviesa, levemente respingada, y si me preguntan cómo puede ser traviesa una nariz de mujer, me limitaré a recomendar al lector que venda este libro por lo que le den y en el futuro lea solamente a Bernard Shaw.


(Michael Burt: The Case of the Angels´ Trumpets, 1947)

Conferencia en Londres por Paul Eluard (1935)

Ha llegado el tiempo en el que todos los poetas tienen el derecho y el deber de afirmar que se hallan profundamente enraizados en la vida de los demás hombres, en la vida común (...). Hay una palabra que jamás he oído sin sentir una gran emoción y una gran esperanza; la más grande, la de vencer a las potencias de la ruina y de la muerte que se ciernen sobre los hombres; esta palabra es: fraternización (...). Los poetas dignos de este nombre, como los proletarios, se niegan a ser explotados. La poesía verdadera está en todo lo que no se ajusta a esta moral, a una moral que, para mantener su orden y prestigio, no sabe hacer otra cosa que construir bancos, cuarteles, iglesias y prostíbulos. La poesía verdadera está en todo lo que libera al hombre de este bien espantoso, bien que tiene un rostro de muerte. Se halla en la obra de Sade, de Marx o de Picasso, como en de Rimbaud, Lautréamont o Freud. Se halla también en la invención de la radio, en la explotación del Tcheliuskin, en la revolución de Asturias y en las huelgas de Francia y de Bélgica. Puede estar tanto en la fría necesidad, la de conocer o comer mejor, como en el gusto de lo maravilloso. Desde hace más de cien años los poetas descendieron de las cimas en que creían estar y caminaron por las calles, insultaron a sus maestros; ya no tienen dioses, se atrevieron a besar en la boca a la belleza y al amor, aprendieron los cantos de rebelión de la muchedumbre miserable y, sin dar muestras de disgusto, tratan de enseñarle los suyos propios.