jueves, 17 de febrero de 2011

Pintores chinos II

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El duque Ling era un cruel tirano del Estado de Tsin que tenía la costumbre de cazar a sus súbditos como si fueran animales salvajes. Súbitamente entusiasmado por las artes, convocó a su palacio a los mejores pintores de la región y los obligó a trabajar día y noche. Era su intención que las obras de aquellos artistas fueran las más perfectas de los estados chinos.

... Todos los días, el duque inspeccionaba las pinturas. Jamás las encontraba de su gusto. Se complacía en señalar a cada pintor la diferencia entre las ilustraciones y la realidad.
... -¿Por qué el ruiseñor parece más grande que el perro? -preguntaba con ironía-. ¿Dónde has visto soles verdes? ¿Por qué no puedes pintar la lluvia con cada una de sus gotas? Ese mandarín jamás podrá entrar por la puerta de la pagoda que se divisa en el fondo.
... Muy frecuentemente los pintores pagaban sus incompetencias con la vida. Finalmente, hizo traer desde Ch´u al pintor y calígrafo Hui, que tenía un prodigioso dominio del pincel y el estilete. Sus obras reproducían la realidad de un modo tan fiel que muchas veces se confundían con ella. Las abejas solían acercarse a los jazmines que dibujaba Hui. También realizaba estupendos trabajos de escultura y orfebrería. Había construido una jaula de plata con dos pájaros de oro en su interior, tan perfectos que los servidores del palacio les acercaban mijo para alimentarlos. Las frutas de cera engañaban a los mirlos más astutos.
... El tirano Ling, asombrado ante aquellas imitaciones, le ordenó que le hiciera un retrato. Hui, apartándose de las reglas tradicionales de la etiqueta y el dibujo, que recomendaban disimular las asimetrías del modelo, terminó la obra con la mayor exactitud. Parecía tan real que los cortesanos tomaron por costumbre hacer una reverencia al pasar frente al retrato. Todos dijeron que los dibujos de Hui formaban parte de la naturaleza y que cualquier intento de mejora en ellos sería una grave falta.
... Una tarde, el sabio consejero y ministro Chau Tun se atrevió a cuestionar seriamente esa clase de realismo. Dijo, en presencia del duque, que el arte debe diferenciarse de la realidad, ya que esas diferencias son precisamente las que producen placer a los espíritus sensibles. Es el artista y no la naturaleza el que decide el rumbo a seguir. Es el poeta y no la flor el que elige las palabras que serán para nosotros una rosa.
... El tirano Ling expulsó a Chau Tun de la corte. Pero no pudo impedir que sus preceptos fueran seguidos por todos los artistas. A partir de entonces, para pintar una mariposa, se pintaba una joven. Para aludir al tiempo, se dibujaba un llanto. Para nombrar un diamante, se hablaba de una estrella. Los historiadores del Estado de Tsin comprendieron aquellas lecciones y cuando el tirano fue estrangulado por un pariente, escribieron que el Arquero Celeste había clavado una flecha en el retrato de Ling y que éste había muerto al instante.
... Ahora mismo, yo les cuento esta historia para decir que el cielo está gris y que nadie me ama.


(Alejandro Dolina: Bar del Infierno, 2005)

domingo, 13 de febrero de 2011

¿Declaración de amor?

Y con las cosas que quiero, ¿cómo es?
Me quiero a mí mismo, y por lo tanto te quiero a vos.
Y vos seguro te querés a vos misma, por lo tanto me querés a mí.
Porque vos sos parte mía y yo soy parte tuya.
Porque yo soy tu bondad y vos mi maldad.
Porque me encuentro en tus ojos y vos en los míos.
Pero tengo un miedo terrible, lo lamento, tengo miedo que un día nos confundamos tanto que ya no pueda reconocerme, que ya no pueda reconocerte.
Y también por eso te quiero, porque sos eso que no soy yo, pero también sos aquello a lo que le temo, al otro lado oculto que todos tenemos. Vos sos mi lado oculto.

sábado, 12 de febrero de 2011

Acuario

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Aunque su signo es de aire, al Aguador se lo asocia con el agua y con el transporte de este líquido elemento, el cual, a su vez, representa la corriente de la vida, el flujo de la energía y la fuerza purificadora que lleva nuevas formas de ver el mundo. Por lo tanto, el acuariano es una persona positiva, que ayuda a las demás personas a encontrar el camino correcto, el curso natural de los acontecimientos.

... Los acuarianos tienen un carácter fijo, por lo que los nacidos bajo este signo suelen tener firmes convicciones, y una vez que toman una decisión, muy difícilmente cambian de parecer. Si su señora pensó en engañarlo alguna vez, señor, dese por cornudo.
... OCUPACIONES Y NEGOCIOS: Conserve una visión hacia el futuro, sin distracciones de lo que pase a su lado. Es mejor, para prosperar en su puesto, no saber que el que trabaja a su derecha está pensando en robarle varios clientes.
... AMOR: Poco.
... SALUD: Cuídese de los frescos vientos del verano. Es muy probable que adquiera un resfrío y estornude sobre el párroco cuando comulgue. En ese caso, cambie de iglesia.
... SORPRESA: ¡Arriba las manos!
... METAL: Aluminio.
... PIEDRA: Granito.
... COLOR: Marrón.

viernes, 11 de febrero de 2011

Bar del Infierno - Prólogo

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Profesores de la cátedra de alquimia me han contado la enorme dificultad que supone enseñar una normativa cuyo precepto central es el secreto absoluto. El maestro debe ejercer al mismo tiempo la divulgación y el ocultamiento. Para completar exitosamente ambas actividades no tendrá más remedio que dictar clases que tengan -por lo menos- dos significados. Uno de apariencias y otro secreto, que el alumno deberá ir descifrando trabajosamente
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... Tras largos siglos de penosas lecciones, se ha ido construyendo un lenguaje en donde lo que se dice no es lo que se quiere decir, en donde cada palabra no es sino una imprecisa alegoría de otra que no ha sido dicha: el sol es el oro, pero también es el Padre y es Apolo y el calor del cuerpo y el centro del Zodíaco. Los siete metales son también las siete heridas de Cristo, las siete virtudes, los siete colores, los días de la semana, las horas y la suma de la trinidad con los cuatro elementos, que vienen a ser -de paso- los cuatro evangelistas.
... Desde luego, el aprendiz jamás tendrá la certeza de haber descubierto las verdades escondidas, pues nunca se realiza la traducción definitiva. Maestros y discípulos se hablan a través de los tiempos en interminables diálogos y textos que son símbolos y emblemas de otros símbolos y emblemas, cuyo comienzo o cuyo final es imposible hallar.
... Manuel Mandeb, el pensador de Flores, afirma que toda conversación es una lección de alquimia. Nadie dice lo que dice, nadie oye lo que oye, nadie escribe lo que escribe. Mandeb aclara que este último juicio oculta en verdad otro, que es secreto.
... ¿Qué libro esconderá este libro? ¿Qué tristezas desconocidas se ocultarán tras nuestras viejas y familiares penas?


(Alejandro Dolina: Bar del Infierno, 2005)

viernes, 4 de febrero de 2011

La Feria de las Tinieblas (Fragmento)

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En letras rojas, el anuncio decía:
FUERA DE SERVICIO. PROHIBIDO SUBIR.
... -Ese letrero ha estado ahí todo el día -dijo Jim-. No creo en letreros.
... Se asomaron al carrusel bajo los robles que susurraban y crujían en el viento. Los caballos, las cabras, los antílopes, las cebras, traspasados por jabalinas de bronce, colgaban retorcidos como en las contorsiones de la muerte, pidiendo misericordia con ojos coloreados por el miedo, clamando venganza con dientes coloreados por el pánico.
... -No parece que hubiera algo roto.
... Jim pasó una pierna por encima de la cadena chirriante, saltó al disco de madera, vasto como la luna, entre las bestias frenéticas pero inmovilizadas para siempre.
... -¡Jim!
... -Will, es el único juego que no hemos mirado, así que...
... Jim se tambaleó. El mundo de animales lunáticos se inclinó de costado bajo el peso del niño. Jim se internó en el bosque de tallos de bronce, entre los animales alborotados. Montó a horcajadas un padrillo de color malva nocturno.
... -¡Eh, tú! ¡Abajo!
... Un hombre asomó en la oscuridad de la máquina.
... -¡Jim!
... Extendiendo los brazos desde las sombras entre tubos de órgano y tambores de piel de luna, el hombre levantó a Jim que gritaba en el aire.
... -¡Socorro, Will, socorro!
... Will saltó entre las bestias. El hombre sonrió, lo recibió diestramente, y lo alzó hasta ponerlo junto a Jim. Los chicos miraron allí abajo el brillante pelo rojo, los luminosos ojos azules y los bíceps protuberantes.
... -Fuera de servicio -dijo el hombre-. ¿No saben leer?
... -Bájalos -dijo una voz suave.
... Desde lo alto, Will y Jim miraron al otro hombre, de pie entre las cadenas.
... -Bájalos -dijo él de nuevo.
... Los dos niños fueron llevados al bosque de bronce, entre animales salvajes y mudos, hasta el suelo polvoriento.
... -Estábamos... -dijo Will.
... -¿Curioseando?
... El segundo hombre era alto como un poste de alumbrado. La cara pálida, mellada por cacarañas lunares, arrojaba luz a los que estaban debajo. El chaleco era rojo como sangre fresca. Las cejas, el pelo, el traje tenían un color negro-regaliz, y la piedra amarillo-solar del alfiler de corbata se parecía a los ojos, claros como el cristal, y que no parpadeaban. Pero en ese instante, breve y de una total claridad, fue el traje lo que fascinó a Will. El traje parecía tejido con zarzas de jabalí, pelo como resortes de reloj, cerdas, y una especie de cáñamo siempre tembloroso y siempre centelleante. El traje captaba la luz y se movía como un matorral espinoso y negro, que hormigueaba interminablemente, cubriendo y apretando el largo cuerpo del hombre de modo que uno pensaba que él no iba a poder soportarlo, que iba a gritar arrancándose la ropa. Sin embargo, allí estaba, tranquilo como la luna, habitante del traje de ortigas, mirando la boca de Jim con ojos amarillos. No miró a Will ni una sola vez.
... -Me llamo Dark.
... Un floreo de la mano, que mostró una blanca tarjeta de visita. La tarjeta se volvió azul.
... Un susurro. Roja.
... Un revoloteo. Un hombre verde colgaba del árbol estampado en la tarjeta.
... Un escamoteo. Sss.
... -Dark. Y mi amigo el del pelo rojo es el señor Cooger, de Cooger y Dark...
... Un chasquido, un reverbero. Las palabras aparecían y desaparecían del rectángulo blanco.
... -El Teatro de las Sombras...
... Tic. Tac. Sss.
... Una bruja efímera revolvía y machacaba hierbas en una marmita.
... -... y la Compañía Internacional del Teatro del Pandemonio...
... El hombre le alcanzó la tarjeta a Jim. Ahora decía:
... Nuestra especialidad: examinar, aceitar, lustrar y reparar Escarabajos-Relojes-de-Muerte.
... Tranquilamente, Jim leyó. Tranquilamente, buscó en los bolsillos colmados de tesoros, revolvió y sacó la mano.
... En la palma había un insecto de color ocre, muerto.
... -Tome -dijo Jim-, arréglelo.
... El señor Dark estalló de risa:
... -¡Estupendo! ¡Lo arreglaré!
... Extendió la mano. La manga de la camisa subió, recogiéndose.
... En la muñeca parecieron águilas, gusanos rojos, negros, verdes, y de un azul eléctrico.
... -¡Oh! -gritó Will-. ¡Usted tiene que ser el Hombre Tatuado!
... -No -dijo Jim estudiando al forastero-. El Hombre Ilustrado, que no es lo mismo.
... El señor Dark asintió, encantado.
... -¿Cómo te llamas, muchacho?
... ¡No se lo digas! pensó Will y calló. ¿Por qué no? se preguntó, ¿por qué no?
... Los labios de Jim se abrieron apenas.
... -Simón -dijo, y sonrió para mostrar que era mentira.
... El señor Dark también se sonrió para mostrar que se había dado cuenta
... -¿Quieres ver más, "Simón"?
... Jim no l dio la satisfacción de un asentimiento.
... Despacio, con una larga sonrisa, el señor Dark se recogió la manga hasta el codo.
... Jim miró. El brazo era como una cobra que ondulaba, se sacudía, antes de atacar. El señor Dark apretó el puño y meneó los dedos. Los músculos bailaron.
... Will quería correrse a un lado para ver, pero sólo podía observar a Jim, pensando: ¡Jim, oh Jim!
... Porque allí estaba Jim y allí estaba el hombre alto, cada uno de ellos examinando al otro como si miraran un reflejo en un escaparate, tarde en la noche. El traje de zarzas del hombre alto sombreaba ahora las mejillas de Jim, y le nublaba lo ojos con un color de tormenta dándoles una mirada de lluvia en vez del intenso verde gatuno que tenían siempre. Jim era como un corredor que ha hecho un largo camino: la boca febril, las manos abiertas esperando el premio. Y hubo un premio de ilustraciones que bailaron una pantomima, las figuras se sacudieron como una piel fría sobre el pulso cálido de la muñeca, mientras aparecían las estrellas y Jim miraba y Will no podía ver, y allá lejos las últimas gentes de la ciudad se alejaban en los autos abrigados, y Jim dijo levemente:
... -Caramba-, y el señor Dark se bajó la manga.
... -Terminó la función. Hora de cenar. La feria cierra hasta las siete. Todo el mundo afuera. Vuelve, "Simón", y da unas vueltas en el tiovivo cuando esté arreglado. Toma esta tarjeta. Una vuelta gratis.
... Jim se puso la tarjeta en el bolsillo, los ojos clavados en la muñeca, ahora oculta.
... -¡Hasta luego!
... Jim corrió. Will corrió
... Jim dio media vuelta, miró hacia atrás, saltó y desapareció por segunda vez en una hora.
... Will alzó los ojos al árbol donde Jim se encogía, encaramado a una rama. Miró hacia atrás. Los hombres estaban de espaldas, ocupados en el tiovivo. -¡Rápido, Will!
... -Jim...
... -¡Te van a ver! ¡Salta!
... Will saltó. Jim lo sostuvo. El árbol se sacudió. Un viento rugió en el cielo. Jim lo ayudó a trepar, jadeando, por entre las ramas.
... -Jim, ¡no tendríamos que estar aquí!
... -¡Cállate! ¡Mira! -susurró Jim.
... de alguna parte de las máquinas llegaban unos golpes sordos, unos ecos metálicos, un débil chillido, y el murmullo del aire en los tubos del órgano.
... -¿Qué tenía en el brazo, Jim?
... -Una pintura.
... -Sí, ¿pero qué clase de pintura?
... -Era... .Jim cerró los ojos.- Era... la pintura de... una víbora... eso es... una víbora.
... Pero cuando alzó los ojos no miró a Will.
... -Está bien, si no quieres decírmelo.
... -Te lo dije, Will, una víbora. Le pediré que te la muestre, más tarde, ¿quieres?
... No, pensó Will. No quiero.
... Miró hacia abajo, hacia el billón de huellas de pisadas en el aserrín del sendero, y de pronto estaban más cerca de la medianoche que del mediodía.
... -Me voy a casa...
... -Seguro, Will, vete a casa. Laberintos de espejos, viejas maestras, la valija perdida de un vendedor de pararrayos, un vendedor de pararrayos que desaparece, pinturas de víboras que bailan, un carrusel que no está descompuesto, y tú quieres irte a tu casa. Seguro, Will, viejo amigo, hasta luego.
... -Yo... -Will empezó a bajar del árbol, pero se detuvo.
... -¿Todo listo? -preguntó una voz allá abajo.
... -¡Listo! -gritó alguien del otro lado del sendero.
... El señor Dark se movió, a no más de quince metros, hasta una caja roja, junto a la taquilla del tiovivo. Miró en todas direcciones. Miró hacia el árbol.
... Will se encogió, Jim se abrazó a la rama.
... -¡En marcha!
... Un clac, un bum, un chasquido de riendas, un ruido de cobres que subían y bajaban, y la máquina empezó a moverse.
... Pero está rota, no funciona, se repetía Will.
... Le hechó una mirada a Jim, que señalaba algo allá abajo.
... El carrusel marchaba, sí, pero...
... Marchaba al revés.
... En el pequeño órgano dentro de la maquinaria resonaban crótalos y tambores, nerviosos como sementales, se entrechocaban címbalos de luna llena, cloqueaban las castañuelas, las flautas de caña se ahogaban y sollozaban entre silbatos y flautas barrocas.
... La música, pensó Will, ¡también va para atrás!
... El señor Dark se movió por los alrededores, y alzó los ojos como si hubiera oído el pensamiento de Will. El viento sacudió los árboles en remolinos negros. El señor Dark se encogió de hombros y se fue.
... El tiovivo giraba, cada vez más rápido, chillando, corcoveando, hacia atrás.
... El señor Cooger, el pelo rojo llameante y los ojos de fuego azul, se paseaba por el sendero haciendo las últimas verificaciones. Se detuvo bajo el árbol de los muchachos. Will hubiese podido escupirle encima. En ese momento el órgano dio un grito particularmente violento, un atroz grito de muerte que hizo aullar a los perros en los campos lejanos. El señor Cooger corrió y saltó al universo de animales que cabalgaban hacia atrás, primero la cola y al fin la cabeza, persiguiendo una noche circular e interminable hacia destinos ignorados y que no se conocerían nunca. Soltando manotazos a las pértigas de bronce se adelantó y se dejó caer en un asiento y allí se quedó en silencio, el pelo rojo erizado, la cara rosada, los ojos azules y penetrantes, girando hacia atrás, hacia atrás, acompañado por una música que iba jadeando hacia atrás, como un aire que vuelve a la garganta.
... La música, pensó Will, ¿qué pasa? Y en primer lugar, ¿cómo sé que suena al revés? Abrazado a la rama trató de reconocer la melodía y canturrearla mentalmente en la dirección correcta. Pero las campanas de bronce, los tambores, le martillaban el pecho, le trastornaban el corazón, y ahora sentía que el pulso le batía al revés, la sangre le corría hacia atrás en perversas acometidas, por todo el cuerpo. En cualquier momento podía caerse del árbol, y se apretó a la rama, pálido, mirando la máquina que andaba hacia atrás y al señor Dark que vigilaba el tablero rojo, desde el suelo.
... Fue Jim el primero en notar lo que ocurría. Le dio un puntapié a Will, Will miró y Jim señaló frenéticamente al hombre que pasaba ante ellos dando otra vuelta.
... La cara se le derretía al señor Cooger, como cera rosada.
... Las manos se le cambiaban en manos de muñeca.
... Los huesos se le hundían bajo la ropa, y las ropas se le encogían ajustándosele a la figura disminuida.
... La cara le temblaba como en una niebla y a cada vuelta se derretía un poco más.
... Will vio que la cabeza de Jim se movía en círculos.
... El carrusel giraba, un sueño lunar que flotaba retrocediendo; los caballos bajaban y subían, la música jadeaba detrás, mientras el señor Cooger, tan sencillamente como la sombra, como la luz, como el tiempo, era cada vez más joven, y más joven, y más joven.
... Cada vez que una vuelta lo ponía delante del árbol, allí estaba el señor Cooger, sentado solo, y los huesos del señor Cooger eran como cálidas velas que se consumían en años más tiernos. El señor Cooger, sereno, miraba las ardientes constelaciones, los árboles poblados de niños que se alejaban a medida que él retrocedía, y la nariz le disminuía de tamaño, y las orejas de cera rosada se le transformaban en pequeñas rosas rosas.
... En un principio, al iniciar ese viaje en espiral hacia atrás, el señor Cooger era un hombre de cuarenta años. Ahora tenía diecinueve.
... Los caballos, las pértigas, la música, continuaron desfilando al revés, y el hombre se transformó en joven, el joven en muchacho.
... El señor Cooger tenía diecisiete años, dieciséis...
... Una y otra vez la figura pasó girando bajo el cielo y bajo los árboles. Will cuchicheaba, Jim contaba las vueltas, mientras la fricción del bronce solar y la estampida de las bestias que se precipitaban hacia atrás calentaba el aire de la noche a la temperatura del verano, y el verano iba reduciendo el muñeco de cera, limpiándolo en un baño de músicas cada vez más extrañas, hasta que al fin todo terminó, todo murió y se tranquilizó; el órgano enmudeció, los cobres, la ferralla traquetearon una última vez, y gimiendo como si un viento de arena subiera en un reloj de arena, el carrusel se detuvo vacilando en un mar de sargazos.
... La figura sentada en el trineo blanco era muy pequeña.
... El señor Cooger tenía doce años.
... No. La boca de Will, y la boca de Jim se abrieron para decir no.
... La pequeña figura bajó del mundo silencioso; tenía la cara en la sombra, pero las manos, de un rosa arrugado como manos de recién nacido, eran claramente visibles a la luz de las lámparas de la feria.
... El extraño hombre-muchacho miró hacia arriba, hacia abajo, como oliendo miedo en alguna parte, oliendo un terror próximo. Will se acurrucó y cerró los ojos, y sintió que la terrible mirada atravesaba las ojas como dardos, junto a ellos. En seguida, corriendo como un conejo, la pequeña figura se alejó por el camino.
... Jim fue el primero en apartar las hojas.
... El señor Dark también había desaparecido en la noche.
... Pareció que Jim tardaba una eternidad en llegar al suelo. Will se deslizó detrás, y los dos se quedaron allí, asustados, con ganas de echarse a gritar, sacudiéndose en una silenciosa pantomima, golpeados por acontecimientos que los abrumaban, nocturnos y misteriosos. Fue Jim quien consiguió articular los temblores y la confusión de los dos, mientras se apretaban uno a otro los brazos, viendo la pequeña sombra que corría, como llamándolos al campo abierto.
... -Oh Will, quisiera que podiéramos ir a casa, quisiera que pudiéramos ir a comer. Pero es demasiado tarde: ¡hemos visto! Tenemo que ver más, ¿no es cierto?
... -Señor -dijo Will, en un tono lastimero-. Creo que sí.
... Y juntos echaron a correr, siguiendo no sabían qué, y nadie podía saber a dónde.


(Ray Bradbury: Something wicked this way comes, 1962)