jueves, 29 de septiembre de 2011

Jolstomer (fragmento)

Comprendí muy bien lo que decían acerca de los azotes y del cristianismo. Pero quedó completamente oscura para mí, por aquel entonces, la palabra "su", por la que pude deducir que la gente establecía un vínculo entre el jefe de las caballerizas y yo. Entonces no pude comprender de modo alguno en qué consistía aquel vínculo. Solo mucho después, cuando me separaron de los demás caballos, me expliqué lo que significaba aquello. En esa época, no era capaz de entender lo que significaba el que yo fuera propiedad de un hombre. Las palabras mi caballo, que se referían a mí, un caballo vivo, me resultaban tan extrañas como las palabras: mi tierra, mi aire, mi agua.
Sin embargo, ejercieron una enorme influencia sobre mí. Sin cesar, pensaba en ellas; y solo después de un largo trato con los seres humanos me expliqué, por fin, la significación que les atribuyen. Quieren decir lo siguiente: los hombres no gobiernan en la vida con hechos, sino con palabras. No les preocupa tanto la posibilidad de hacer o dejar de hacer algo, como la de hablar de distintos objetos, mediante palabras convencionales. Tales palabras, que consideran muy importantes, son, sobre todo: mío o mía; tuyo o tuya. Las aplican a toda clase de cosas y de seres. Incluso a la tierra, a sus semejantes y a los caballos.
Además, han convenido en que uno solo puede decir mío a una cosa determinada. Y aquel que puede aplicar el término mío a un número mayor de cosas, según el juego convenido, se considera la persona más feliz. No sé por qué las cosas son de este modo; pero me consta que son así. Durante mucho tiempo, traté de explicarme esto, suponiendo que redundaba en algún provecho directo; pero me resultó inexacto.
Muchas personas de las que me llamaban su caballo ni me montaban siquiera; y en cambio, lo hacían otros. No eran ellos los que me daban de comer, sino otros extraños. Tampoco eran ellos lo que me hacían bien, sino los cocheros, los herreros y, por lo general, personas ajenas. Posteriormente, cuando hube ensanchado el círculo de mis observaciones, me convencí de que no solo respecto de nosotros, los caballos, el concepto "mío" no tiene ningún otro fundamento que un bajo instinto animal, que los hombres llaman sentimiento o derecho de propiedad. El hombre dice: "mi casa"; pero nunca vive en ella. Tan solo se preocupa de construirla y mantenerla. el comerciante dice: "mi tienda", "mi pañería", por ejemplo; pero no utiliza la ropa del mejor paño que hay en ella. Hay gentes que llaman a la tierra , mi tierra", pero nunca la han visto y jamás la han recorrido. Hay hombres que llaman a algunas mujeres "mi mujer", "mi esposa" y, sin embargo, estas viven con otros hombres. Las gentes no buscan en la vida hacer lo que ellos consideran el bien, sino la manera de poder decir "mío" del mayor número posible de cosas. Ahora estoy persuadido de que en esto estriba la diferencia esencial entre nosotros y los hombres. Por tanto, sin hablar ya de otras prerrogativas nuestras, solo por este hecho podemos decir, con seguridad, que entre los seres vivos nos hallamos un escalón más alto que los hombres. La actividad de los hombres, al menos de los hombres con quienes tuve trato yo, se traduce en palabras, mientras que la nuestra se manifiesta en hechos.

Leon N. Tolstoi

martes, 27 de septiembre de 2011

Mi segunda muerte fue así (fragmento)

6.
Después me levanté y caminé. Sentía la arena en las plantas de los pies descalzos y las hojas de los árboles me tocaban la cara. Había salido del hospital hecho un trapo, pero había salido vivo, y se me importaba un carajo el temblor del mentón y la flojera de las piernas. Me pellizqué, me reí. No tenía dudas ni miedo. El planeta entero era mi tierra prometida.
Pensé que conocía unas cuantas historias buenas para contar a los demás, y descubrí, o confirmé, que escribir era lo mío. Muchas veces había llegado a convencerme de que ese oficio solitario no valía la pena si uno lo comparaba, pongamos por caso, con la militancia o la aventura. Había escrito y publicado mucho, pero me habían faltado huevos para llegar al fondo de mí y abrirme del todo y darme. Escribir era peligroso, como hacer el amor cuando se lo hace como debe ser.
Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había nacido. Esa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido.
Para escribir tenía que mojarme la oreja. Yo sabía. Desafiarme, provocarme, decirme: "No podés, a qué no." Y también sabía que para que nacieran las palabras yo tenía que cerrar los ojos y pensar intensamente en una mujer.

Eduardo Galeano, en "Días y noches de amor y de guerra",1984.

12

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.

Oliverio Girondo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Libra

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... Jajajajaja, esto es de no creer: antes se esforzaron tanto para que volviera y ahora parece que se olvidaron de las condiciones establecidas. ¡Encima por lo que vino la llamada de atención, jajaja! No tienen cara, no... El jefe de redacción me pidió que cuide el lenguaje y las cosas de las que hablo, porque -y cito-: "ésta es una publicación seria, no podemos andar hablando de temas vulgares, de temas que pueden afectar la sensibilidad del lector...". ¿Afectar la sensibilidad del lector? ¿De qué carajo me estás hablando? ¡Si sos vos el que pide que, al menos dos veces por semana, haya culos en la tapa de tu "publicación seria"! ¡Y sos vos el que consigue esos culos, yendo de acá para allá a escondidas de tu mujer! ¿Sensibilidad del lector? ¿Y la del trabajador, que tenemos que soportar tu fanfarronería y mezquindad? ¿Vos, que te vas de vacaciones a Cancún y nosotros tenemos que tomar esta mierda de café que parece agua sucia porque "el presupuesto no da par mejores cosas de las que les doy"? pero mejor me dedico a lo mío. YO no quiero herir la sensibilidad del lector contando tus miserias, que si no me da más bronca y voy a terminar pronosticando puras desgracias a los librianos por tu culpa, pedazo de forro.
... ¡Y se va la novena!
... Recibe este nombre porque así es como se dice "balanza" en latín, y la experiencia cuenta que los nacidos bajo este signo son equilibrados por naturaleza. Siempre están buscando el punto medio en todo, felicidad, bienestar laboral y emocional, etc. Son personas centradas que rara vez pierden de vista sus objetivos, y casi nunca se desvían de su camino hasta que consiguen lo que quieren. Esto lo hacen sin perjudicar a los demás, ya que tienen en gran estima las necesidades de las personas que conforman su entorno.
... Leyendo un artículo por internet (en una prestigiosa enciclopedia virtual), me enteré de que, como éste es un signo de aire, se lo vincula con el compromiso. Tratando de armar una línea de razonamiento que explique esto, llegué a la conclusión de que esto es así porque cualquier compomiso que uno tome desaparece en el aire al poco tiempo, y andá a reclamarle a Magoya. Así que pensalo bien antes de aceptar el anillo y la propuesta de tu novio.
... OCUPACIONES Y NEGOCIOS: Punto de partida. Eso es lo que esperás de esta sección, que te resuelva tu situación de desempleado crónico hasta ahora. No seas tan cagón y andá a repartir currículums, ¿querés?, y no me rompas más los huevos.
... AMOR: Estabilidad. La pareja está en su mejor momento. Comparten muchas cosas, pasan bastante tiempo juntos e incluso con sus familiares se armó una gran amistad, algo poco usual hasta ahora en su vida. Le sugiero que le proponga matrimonio ya, antes de que ella se le escape con otro.
... SALUD: Gasta mucho dinero porque siempre está enfermo. Cualquier enfermedad que le mencionen ya la tuvo o la está teniendo. Déjese de joder y no somatice más.
... SORPRESA: Descubre que alguien arrojó a su jardín un piano vertical.
... METAL: Precioso, blanco grisáceo, inatacable por ácidos e inoxidable a cualquier temperatura, siete letras, vertical. Pista: con este metal está hecha la prótesis de su pierna.
... PIEDRA: Esmeralda.
... COLOR: Amarillo canario (con su pelo rojo fuego va a quedar muy linda, créame)

Orlando (fragmento)

Su afición por los libros era temprana. De chico, los pajes los sorprendían leyendo a la medianoche. Le quitaban la vela y criaba luciérnagas que ayudaban a su propósito. Le quitaban las luciérnagas y casi prendió fuego a la casa con una mecha. Para decirlo de una vez (dejando al novelista la tarea de alisar la seda arrugada y sus complicaciones), Orlando era un hidalgo que padecía del amor de la literatura. Muchas personas de su tiempo, aún más las de su rango, escapaban al mal y quedaban en libertad de correr, de cabalgar, o de enamorarse a su gusto. Pero a algunos los contaminaba un germen nacido del polen del asfódelo, traído por los vientos de Grecia y de Italia, y de naturaleza tan perniciosa que detenía la mano lista para el golpe, velaba el ojo que buscaba su presa y entorpecía la lengua que estaba declarando su amor. ,La fatal naturaleza de ese morbo sustituía a la realidad un fantasma, de suerte que Orlando, a quien la fortuna había otorgado todos los dones -platería, lencería, casas, sirvientes, alfombras, camas en profusión-, no tenía más que abrir un libro para que esa vasta acumulación se hiciera humo. (...)
Un apuesto caballero como él, decían, no necesitaba libros. Que dejara los libros, decían, a los tullidos y a los moribundos. Pero algo peor venía. Pues una vez que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una fácil presa de ese otro azote que hace su habitación en el tintero y que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir. Y si eso es ya bastante malo en un pobre, sin otra propiedad que una silla y una mesa debajo de una gotera -pues al fin de cuentas no tiene mucho que perder-, el trance de un hombre rico, que tiene casas y ganado, doncellas, burros y ropa blanca, y sin embargo, escribe libros, es penoso en extremo. Se le escapa el sabor de todo; lo torturan hierros candentes; lo roen los gusanos. Daría el último centavo (¡tan virulento es ese mal!) por escribir un solo librito y hacerse célebre, pero todo el oro del Perú no puede comprarle el tesoro de una frase bien hecha. Se enferma, cae en una consunción, se vuela los sesos, vuelve su cara a la pared. No importa en qué actitud lo encuentran. Ha atravesado las puertas de la Muerte y conocido las llamas del Infierno.

Virginia Woolf.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

"Hola"

Un escalofrío le atravesaba el cuerpo cada vez que lo veía, un estremecimiento insoportable, dulce y efímero. Quería verlo mil veces, tocarlo otras tantas, fundirse en su dulce aroma, mirarlo (mirarlo hasta gastarse los ojos), imaginar cosas inexpresables y no decirle nada. Ese supremo acto de mirarlo, ese religioso y rutinario acto de observarlo, se le antojaba prohibido, angustiante, desesperante...
Su voz profunda, su mirada almendrada, su piel morena (él estaba repleto de cosas que a ella le gustaban). Y los pensamientos la invadían y se le disparaban en mil direcciones... Entonces, cuando menos lo esperaba, él aparecía y ella solo le decía "hola".
[Estoy llena de palabras y no puedo, no me atrevo a decirte las palabras que me queman]

sábado, 10 de septiembre de 2011

Cujo (Fragmento)

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... La mañana del lunes amaneció envuelta en sombras de perla y gris oscuro; la niebla era tan espesa que Brett Camber no podía ver el roble del patio lateral desde su ventana, y eso que el roble se encontraba apenas a treinta metros de distancia.
... La casa aún estaba durmiendo a su alrededor, pero en él ya no quedaba sueño. Se iba de viaje y todo su ser vibraba con la noticia. Su madre y él solos. Sería un buen viaje, lo presentía, y, en lo más hondo de su ser, se alegraba de que su padre no les acompañara. Tendría la libertad de ser él mismo; ni siquiera tendría que intentar vivir en consonancia con aquel misterioso ideal de virilidad que le constaba había alcanzado su padre, pero que él ni siquiera había logrado empezar a comprender. Se sentía bien... increíblemente bien e increíblemente vivo. Le daba lástima cualquier persona del mundo que no fuera a emprender un viaje en aquella bonita y brumosa mañana que se convertiría en otro día de bochorno en cuanto se disipara la niebla. Tenía previsto acomodarse en un asiento de ventanilla del autocar y contemplar todos los kilómetros del viaje desde la terminal de los Greyhound en Spring Street hasta llegar a Stratford. Había tardado mucho en poder conciliar el sueño la noche anterior y ahora aquí estaba, cuando aún no habían dado las cinco... pero, si se quedara más tiempo en la cama, estallaría o algo por el estilo.
... Moviéndose con todo el sigilo que le fue posible, se puso los vaqueros, su camiseta de los Cougars de Castle Rock, un par de calcetines blancos deportivos y los Keds. Descendió a la planta baja y se preparó una escudilla de Cocoa Bears. Trató de comer en silencio, pero estaba seguro de que el crujido de los cereales que escuchaba en su cabeza debía oírse en toda la casa. Oyó que, en el piso de arriba, su papá roncaba y se revolvía en la cama de matrimonio que compartía con su mamá. Los muelles chirriaron. Las mandíbulas de Brett se quedaron inmóviles. Tras pensarlo un momento, se llevó la segunda escudilla de Cocoa Bears al porche de atrás, procurando que la puerta de la mampara no se cerrara de golpe.
... Los aromas estivales de todas las cosas estaban muy difuminados en la densa bruma, y el aire ya estaba tibio. Hacia el este, justo por encima de la leve sombra correspondiente al cinturón de pinos situado al final de los pastizales del este, pudo ver el sol. Era tan pequeño y plateado como la luna llena cuando está muy alta en el cielo. Incluso ahora la humedad era una cosa densa, pesada y silenciosa. La niebla desaparecería hacia las ocho o las nueve, pero la humedad persistiría.
... Pero, de momento, lo que Brett veía era un mundo blanco y recóndito de cuyas secretas alegrías se sentía lleno: el intenso olor del heno que estaría listo para la primera siega dentro de una semana, el del estiércol y el perfume de las rosas de su madre. Podía percibir incluso débilmente el aroma de las triunfantes madreselvas de Gary Pervier que estaban sepultando lentamente la valla que señalaba el término de su propiedad... sepultándola en una maraña de empalagosas y voraces enredaderas.
... Apartó a un lado la escudilla de los cereales y se encaminó en dirección al lugar en que sabía que se hallaba el establo. Al llegar al centro del patio, miró por encima del hombro y vio que la casa se había convertido en poco más que una brumosa silueta. Unos pasos más y la niebla se la tragó. Estaba solo en medio de aquella blancura y únicamente el diminuto sol plateado le estaba mirando. Aspiraba el olor del polvo, la humedad, las madreselvas y las rosas.
... Y entonces empezaron los gruñidos.
... El corazón le subió a la garganta y él retrocedió un paso al tiempo que sus músculos se ponían en tensión como rollos de alambre. Su primer pensamiento de terror, como si fuera un niño que de repente hubiera caído en un cuento de hadas, fue el del lobo, induciéndole a mirar con angustia a su alrededor. No podía ver otra cosa más que blancura.
... Cujo emergió de entre la niebla.
... La garganta de Brett empezó a emitir un gemido. El perro con el que había crecido, el perro que había tirado pacientemente de un chillón y jubiloso Brett de cinco años una y otra vez por el patio en su Volador Flexible, enganchado a unas guarniciones que Joe había construido en su taller, el perro que había estado esperando tranquilamente junto al buzón de la correspondencia todas las tardes del curso escolar la llegada del autobús, tanto si llovía como si lucía el sol... aquel perro sólo mostraba una semejanza muy vaga con la opaca y apagada aparición que estaba surgiendo por entre la niebla matutina. Los grandes y tristes ojos del San Bernardo estaban ahora enrojecidos, estúpidos y ceñudos: eran más los ojos de un cerdo que los de un perro. Su pelaje estaba manchado de barro pardo-verdoso, como si se hubiera estado revolcando en la ciénaga que había al final del prado. Tenía el hocico arrugado hacia atrás en una terrible y falsa sonrisa que dejó a Brett congelado de horror. Brett notó que el corazón se le deslizaba garganta abajo.
... Una espesa espuma blanca escapaba poco a poco entre los dientes de Cujo.
... -¿Cujo? -murmuró Brett-. ¿Cujillo?
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... Cujo miró al NIÑO ya sin reconocerle, ni por su aspecto, ni los tonos de sus prendas de vestir (no podía ver exactamente los colores, por lo menos tal y como los seres humanos los perciben) ni su olor. Lo que estaba viendo era un monstruo de dos patas. Cujo estaba enfermo y ahora todas las cosas le parecían monstruosas. En su cabeza resonaban torpemente los instintos asesinos. Quería morder, rasgar y desgarrar. Una parte de su ser vio una brumosa imagen de sí mismo abalanzándose sobre el NIÑO, derribándole, arrancando la carne de los huesos, bebiendo una sangre que todavía pulsaba, bombeada por un corazón moribundo.
... Entonces la figura monstruosa habló y Cujo reconoció su voz. Era el NIÑO, el NIÑO, y el NIÑO jamás le había causado ningún daño. En otros tiempos había querido al NIÑO y hubiera muerto por él en caso necesario. Le quedaba todavía la suficiente cantidad de este sentimiento como para mantener a raya los instintos asesinos hasta dejarlos convertidos en algo tan confuso como la niebla que les rodeaba. los instintos se dispersaron y se perdieron en el estruendoso murmullo del río de su enfermedad.
... -¿Cujo? ¿Qué te pasa, chico?
... Lo último que quedaba del perro que había sido antes de que el murciélago le mordiera el hocico se alejó, y el perro enfermo y peligroso, transformado por última vez, se vio obligado a alejarse con él. Cujo se retiró a trompicones y se adentró en la niebla. La espuma cayó desde su hocico a la tierra. Echó a correr trabajosamente, en la esperanza de dejar atrás la enfermedad, pero ésta le acompañó en su carrera, rugiendo y gimiendo, llenándole de dolorosos impulsos de odio y muerte. Empezó a revolcarse por entre la alta hierba, arrojándose contra la misma con los ojos en blanco.
... El mundo era un absurdo mar de olores. Localizaría el origen de cada uno de ellos y lo destrozaría.
... Cujo empezó a gruñir de nuevo. Se encontró las patas. Fue adentrándose cada vez más en la niebla que estaba ahora empezando a disiparse, un perro enorme que pesaba algo menos de cien kilos.


(Stephen king: Cujo, 1981)

sábado, 3 de septiembre de 2011

Dulce y extraño amor


No tengas miedo de querer.
No tengas ni el temor de llorar ni el de llorarte:
¿Por qué ser murallon, torre o baluarte
trepado sobre inútiles arengas?
Desciende y echa andar.
No te detengas que la vida es amor.
Y amar es un arte que se sabe o se aprende.
Y se comparte simplemente: no niegues
no intervengas.
No te encierres.
No cierres tu espesura: no te quita entereza la dulzura
ni quedarás más pobre cuando has dado.
No tengas miedo. No.
No tengas miedo, vive en el redondel, el riesgo, el ruedo:
nunca se ama bastante o demasiado.

JULIA PRILUTSKY FARNY

El regreso

El hombre andaba de vuelta de andar y andar los caminos. Venía medio cansado por tanto haber recorrido.
Se encontró con una planta, una planta con una hermosa flor, que el Señor le había tendido al costado del camino. Y se tentó, y tomó la flor, para probar qué sentía... Y volvió a caminar caminos ya recorridos... Y a aquella flor la acompañaron dos pimpollos que brotaron, que iluminaron de sol el camino de aquel hombre, que volvía ya cansado.
Y volvió a renacer la dicha que había tenido. Hinchó su pecho orgulloso por lo que tanto tenía... Le agradeció al Señor por lo que no merecía o acaso sí merecía.
Ella era una princesa y él era el hombre de la casa; era un regalo del cielo por tanto que había luchado, por tanto que había sufrido...
Con la ayuda del Señor y los pimpollos, tomaría de la mano aquella flor que tenía y volvería al camino que ya había recorrido. Una fuerza incontrolable dentro suyo se metía, no bajaría los brazos, contra todo pelearía y agradeciéndole a Dios, a la meta llegaría...

(Un viejo relato, un tanto modificado, de una persona muy lejana.)