domingo, 30 de octubre de 2011

Escorpio

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... Here I am! Rock you like a hurricane! ¡Jaja! ¡Sí! ¡Alegría, alegría, alegría! ¡La justicia funciona! ¡La puta, que vale la pena estar vivo para haber visto la patada en el culo que te metieron! Ay, qué bien que me siento. ¿Y saben por qué? ¡Porque lo echaron! ¡Sí! Escucharon bien: lo rajaron al reverendo hijo de puta ése que nos explotaba y ahora gozamos de un período de libertad hasta que designen a un nuevo jefe de redacción. ¿Y saben qué? Sin jefe, la oficina anda a las mil maravillas. Se armó una suerte de cooperativa de trabajo que aumentó el índice de productividad general. ¡Ya tenemos listas las notas de todo un mes! ¡Es genial! (Buah, genial, salvo por el pelotudo de Cabrales; ahora que no tiene el favor de su protector se las tiene que arreglar para congraciarse con alguno que le haga el trabajo y así se puede dedicar a huevear todo el día; ojalá lo rajen pronto también)
... Bueno, pero mientras tanto, mientras buscan algún reemplazante para el puesto libre, alguien idóneo, comprometido, cumplidor, serio, amable, como pocos lo somos, sigamos trabajando para el lector.
... Llegamos a uno de los signos más misteriosos y más maravillosos de toda la rueda zodiacal, ya que es un signo muy poderoso y, por ende, peligroso, como su animal rector, el escorpión.
... Como este reptil, los escorpianos suelen ser algo retraídos, rehuyen el contacto con las masas populosas (a menos que sea absolutamente necesario y el riesgo de salir dañado sea mínimo), pero en círculos poco concurridos se mueve a sus anchas, casi de modo agresivo.
... En correlato con el aguijón de dicho insecto, los escorpianos están munidos de comentarios agudos y mordaces capaces de infligir mucho daño al destinatario de la enunciación.
... Debido a todo lo dicho anteriormente, los escorpianos deben ser extremadamente cuidadosos con su ímpetu, tanto por los demás como por uno mismo, y le conviene recordar esto la próxima vez que esté en la fila para entrar a la cancha.
... OCUPACIONES Y NEGOCIOS: No hay poronga que le venga bien. Hace tiempo que viene pidiendo un aumento, y ahora que lo quieren ascender a un puesto jerárquico con un sueldo bastante grande lo rechaza porque considera que es mucha responsabilidad. Usted quiere ganar plata fácil y en cantidad, pero sin pensar ni esforzarse. ¿Por qué no pone un garito en Puerto Madero y vive de las putas?
... AMOR: Ni lo sueñe.
... SALUD: Mire que el manual decía que tuviera cuidado con las cuchillas de la multiprocesadora...
... SORPRESA: Sale sorteado y gana un cero kilómetro en un concurso del que no participó ni, más aún, tenía idea de su existencia. Cállese y vaya a buscar el premio antes de que alguien se avive.
... METAL: Ununiubius... unbiunbusc... unisbutiumiuni... ¡Ay, la reputa madre! Unistibiaimut... no importa, ni siquiera es un metal natural...
... PIEDRA: Diamantina.
... COLOR: Fucsia endiablado.

Las circunstancias adecuadas (Fragmento)

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... -Qué raros son ustedes, los escritores. Vamos, dígame qué he hecho de malo, o qué he dejado de hacer. ¿En qué depende de mí el placer que obtengo o puedo obtener de su obra?
... -Depende de usted, muchísimo. Yo ahora le pregunto: Si lo tomara en este tranvía, ¿le agradaría el desayuno? Pongamos otro ejemplo, supongamos un fonógrafo tan perfecto que pudiera transmitir una ópera entera: canto, orquestación y todo lo demás; ¿cree usted que le procuraría un gran placer si la oyera en la oficina, durante sus horas de trabajo? ¿Le importaría de verdad la Serenata de Schubert oyéndola por la mañana, en ferryboat, interpretada por un intempestivo violinista italiano? ¿Está usted siempre dispuesto a admirar, sean cuales fueren las circunstancias? ¿Es que su ánimo responde siempre a cualquier estímulo? Permítame recordarle que el cuento que usted me ha hecho el honor de comenzar esta mañana, como un medio de olvidar la incomodidad de este vehículo, es una historia de fantasmas.
... -¿Y qué?
... -¿Y es que el lector no tiene los deberes de sus privilegios? Usted ha pagado cinco céntimos por el periódico. Es suyo. Tiene el derecho de leerlo donde y cuando quiera. A mucho de lo que éste contiene no lo ayuda ni daña el tiempo, ni el ligar, ni su estado de ánimo; algunas de sus noticias requieren ser leídas de inmediato, antes de que pierdan vigencia. Pero mi cuento tiene otro carácter. No encontrará en él las "últimas noticias del país de los fantasmas"; no se espera de usted que esté au courant de lo que sucede en el reino de los espectros. Mi cuento habrá de mantener su vigencia siempre que usted disponga del ocio necesario para ponerse en un estado de ánimo propicio al sentimiento que en él se expresa, y me atrevo a decir que no logrará ese estado de ánimo en un tranvía, aunque sea el único pasajero. No sería esa la soledad que requiere su lectura. Un escritor tiene derechos que el lector está obligado a respetar.
... -¿Por ejemplo?
... -El derecho a la total atención del lector. Negársela es inmoral. Obligarlo a compartirla con el traqueteo del tranvía, con el fluctuante panorama de la muchedumbre por las aceras y los edificios detrás (con cualquiera de las innumerables distracciones que constituyen el medio habitual que nos rodea) es tratarlo con grosera injusticia. ¡Es infame, por Dios!

(Ambrose Bierce, 1891)

martes, 25 de octubre de 2011

Descubrimiento

Y todo mi cuerpo te llama, pero tengo miedo, vergüenza... Miles de inseguridades me azotan y me sumerjo en mí, pero es imposible; imposible porque aunque quiera estar sola, ya no puedo.
Quiero verte, escuchar tu voz (siempre, siempre, desde el primer día me ha gustado tu voz) pero está ese miedo azotándome y no sé qué hacer, ni qué decir, ni cómo hacer.
Y muero, agonizo de ganas de verte y decirte que sí, que tengo miedo y vergüenza y mil cosas que no puedo definir pero que sí, que sí...

(Tengo bestiales ganas de decirte que sí)

miércoles, 19 de octubre de 2011

Soneto de tus vísceras

Harto ya de alabar tu piel dorada
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
yo soy un sapo negro con dos alas.

Baldomero Fernández Moreno.

lunes, 17 de octubre de 2011

Rayuela (Capítulo 7)

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

Julio Cortázar

Buscar

No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.

Alejandra Pizarnik.

¿Plegaria?

Fluye de tus besos el Leteo
Fluye de tus besos el Leteo
Fluye de tus besos el Leteo
Fluye de tus besos el Leteo
Fluye de tus besos el Leteo
Fluye de tus besos el Leteo
Fluye de tus besos el Leteo

(Quizás, si repito este verso como si fuera una adorable y maldita letanía, tu persona se haga visible)

domingo, 16 de octubre de 2011

Carta de Severino Di Giovanni a América Scarfó

Tú, buena amiga mía, oh, mi dulce compañera, no puedes jamás imaginar cómo aumenta el bien en mí cada vez que te veo. En cambio de apagarse momentáneamente el incendio que me devora, cada uno de nuestros encuentros, cada uno de nuestros coloquios, cada uno de nuestros abrazos no sirven más que para dar alimento a la llama encendida de mi corazón. Y el alimento consume, devora, quema, arde, arde tanto y no sabe darme ningún bálsamo restaurador, ningún refresco delicioso, ninguno de los tantos minutos de reposo que sólo podré anhelar cuando estés junto a mí, en cada instante, en cada latido de nuestros corazones”.

Fusilamiento de Severino Di Giovanni

“Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.



Roberto Arlt

sábado, 15 de octubre de 2011

Preguntas

Ya que navegas mi sangre y conoces mis límites
y me despiertas en la mitad del día para acostarme en tu recuerdo
y eres furia de mi paciencia para mí
dime qué diablos hago
por qué te necesito
quién eres muda sola recorriéndome
razón de mi pasión
por qué quiero llenarte solamente de mí
y abarcarte acabarte mezclarme a tus huesitos
y eres única patria contra las bestias del olvido

Juan Gelman


sábado, 1 de octubre de 2011

Manuscrito hallado junto a una mano (Parte 2)

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... Como es natural, teniendo en cuenta que el número de violinistas famosos es muy limitado, hice algunos experimentos colaterales. El violoncelo respondió de inmediato al recuerdo de mi tía, pero el piano, el arpa y la guitarra se mostraron indiferentes. Tuve que dedicarme exclusivamente a los arcos, y empecé mi nuevo sector de clientes con Gregor Piatigorsky, Gaspar Cassadó y Pierre Michelin. Después de ajustar mi trato con Pierre Fournier, hice un viaje de descanso al festival de Prades donde tuve una conversación muy poco agradable con Pablo Casals. Siempre he respetado la vejez, pero me pareció penoso que el venerable maestro catalán insistiera en una rebaja del veinte por ciento o, en el peor de los casos, del quince. Le acordé un diez por ciento a cambio de su palabra de honor de que no mencionaría la rebaja a ningún colega, pero fui mal recompensado porque el maestro empezó por no dar conciertos durante seis meses, y como era previsible no pagó ni un centavo. Tuve que tomar otro avión, ir a otro festival. El maestro pagó. Esas cosas me disgustaban mucho.
... En realidad yo debería consagrarme ya al descanso puesto que mi cuenta del banco crece a razón de 17.900 dólares mensuales, pero la mala fe de mis clientes es infinita. Tan pronto se han alejado a más de dos mil kilómetros de París, donde saben que tengo mi centro de operaciones, dejan de enviarme la suma convenida. Para gentes que ganan tanto dinero hay que convenir en que es vergonzoso, pero nunca he perdido tiempo en recriminaciones de orden moral. Los Boeing se han hecho para otra cosa, y tengo buen cuidado de refrescar personalmente la memoria de los refractarios. Estoy seguro de que Heifetz, por ejemplo, ha de tener muy presente cierta noche en el teatro de Tel Aviv, y que Francescatti no se consuela del final de su último concierto en Buenos Aires. Por su parte, sé que hacen todo lo posible por liberarse de sus obligaciones, y nunca me he reído tanto como al enterarme del consejo de guerra que celebraron el año pasado en Los Ángeles, so pretexto de la descabellada invitación de una heredera californiana atacada de melomanía megalómana. Los resultados fueron irrisorios pero inmediatos: la policía me interrogó en París sin mayor convicción. Reconocí mi calidad de aficionado, mi predilección por los instrumentos de arco, y la admiración hacia los grandes virtuosos que me mueve a recorrer el mundo para asistir a sus conciertos. Acabaron por dejarme tranquilo, aconsejándome en bien de mi salud que cambiara de diversiones; prometí hacerlo, y días después envié una nueva carta a mis clientes felicitándolos por su astucia y aconsejándoles el pago puntual de sus obligaciones. Ya por ese entonces había comprado una casa de campo en Andorra, y cuando un agente desconocido hizo volar mi departamento de París con una carga de plástico, lo celebré asistiendo a un brillante concierto de Isaac Stern en Bruselas -malogrado ligeramente hacia el final- y enviándole unas pocas líneas a la mañana siguiente. Como era previsible, Stern hizo circular mi carta entre el resto de la clientela, y me es grato reconocer que en el curso del último año casi todos ellos han cumplido como caballeros, incluso en lo que se refiere a la indemnización que exigí por daños de guerra.
... A pesar de las molestias que me ocasionan los recalcitrantes, debo admitir que soy feliz; incluso su rebeldía ocasional me permite ir conociendo el mundo, y siempre le estaré agradecido a Menuhin por un atardecer maravilloso en la bahía de Sydney. Creo que hasta mis fracasos me han ayudado a ser dichoso, pues si hubiera podido sumar entre mis clientes a los pianistas, que son legión, ya no habría tenido un minuto de descanso. Pero he dicho que fracasé con ellos y también con los directores de orquesta. Hace unas semanas, en mi finca de Andorra, me entretuve en hacer una serie de experimentos con el recuerdo de mi tía, y confirmé que su poder sólo se ejerce en aquellas cosas que guardan alguna analogía -por absurda que parezca- con los violines. Si pienso en mi tía mientras estoy mirando volar a una golondrina, es fatal que ésta gire en redondo, pierda por un instante el rumbo, y lo recobre después de un esfuerzo. También pensé en mi tía mientras un artista trazaba rápidamente un croquis en la plaza del pueblo, con los líricos vaivenes de la mano. La carbonilla se le hizo polvo entre los dedos, y me costó disimular la risa ante su cara estupefacta. Pero más allá de esas secretas afinidades... En fin, es así. Y nada que hacer con los pianos.
... Ventajas del narcisismo: acaban de anunciar que llegaremos dentro de un cuarto de hora, y al final resulta que lo he pasado muy bien escribiendo estas páginas que destruiré como siempre antes del aterrizaje. Lamento tener que mostrarme tan severo con Milstein, que es un artista admirable, pero esta vez se requiere un escarmiento que siembre el espanto entre la clientela. Siempre sospeché que Milstein me creía un estafador, y que mi poder no era para él otra cosa que el efímero resultado de la sugestión. Me consta que ha tratado de convencer a Grumiaux y a otros de que se rebelen abiertamente. En el fondo proceden como niños, y hay que tratarlos de la misma manera, pero esta vez la corrección será ejemplar. Estoy dispuesto a estropearle el concierto a Milstein desde el comienzo; los otros se enterarán con la mezcla de alegría y de horror propia de su gremio, y pondrán el violín en remojo por así decirlo.
... Ya estamos llegando, el avión inicia su descenso. Desde la cabina de comando debe ser impresionante ver cómo la tierra parece enderezarse amenazadoramente. Me imagino que a pesar de su experiencia, el piloto debe estar un poco crispado, con las manos aferradas al timón. Sí, era un sombrero rosa con volados, a mi tía le quedaba tan

(Julio Cortázar, 1955)

Manuscrito hallado junto a una mano (Parte 1)

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... Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo bien cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos. Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Pagani. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.
... Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando la cartelera averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta el último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (¿pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte?) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos para pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.
... Su secretario me recibió dos días después, y como no desprecio a nadie acepté una pequeña demostración en privado, no sin dejar en claro que las condiciones especiales de la prueba podían influir en el resultado. Como Ricci se negaba a verme, cosa que no dejé de agradecerle, se convino en que permanecería en su habitación del hotel, y que yo me instalaría en la antecámara, junto al secretario. Disimulando la ansiedad de todo novicio, me senté en un sofá y escuché un rato. Después toqué el hombro del secretario y pensé en mi tía. En la estancia contigua se oyó una maldición en excelente norteamericano, y tuve el tiempo preciso de salir por una puerta antes de que una tromba humana entrara por la otra armada de un Stradivarius del que colgaba una cuerda.
... Quedamos en que serían mil dólares mensuales, que se depositarían en una discreta cuenta de banco que tenía la intención de abrir con el producto de la primera entrega. El secretario, que me llevó el dinero al hotel, no disimuló que haría todo lo posible por contrarrestar lo que calificó de odiosa maquinación. Opté por el silencio y por guardarme el dinero, y esperé la segunda entrega. Cuando pasaron dos meses sin que el banco me notificara del depósito, tomé el avión para Casablanca a pesar de que el viaje me costaba gran parte de la primera entrega. Creo que esa noche mi triunfo quedó definitivamente certificado, porque mi carta al secretario contenía las precisiones suficientes y nadie es tan tonto en este mundo. Pude volver a París y dedicarme concienzudamente a Isaac Stern, que iniciaba su tournée francesa. Al mes siguiente fui a Londres y tuve una entrevista con el empresario de Nathan Milstein y otra con el secretario de Arthur Grumiaux. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio,. me hacían ahorrar mucho tiempo; en menos de seis meses se sumaron a mi lista Zino Francescatti, Yehudi Menuhin, Ricardo Odnoposoff, Christian Ferras, Ivry Gitlis y Jascha Heifetz. Fracasé parcialmente con Leonid Kogan y con los dos Oistrakh, pues me demostraron que sólo estaban en condiciones de pagar en rublos, pero por las dudas quedamos en que me depositarían las cuotas en Moscú y me enviarían los debidos comprobantes. No pierdo la esperanza, si los negocios me lo permiten, de afincarme por un tiempo en la Unión Soviética y apreciar las bellezas de su música.

(Julio Cortázar, 1955)