sábado, 24 de marzo de 2012

Cell (Fragmento)

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... -Es el vestido más bonito que he visto en mi vida -aseguró a las cinco menos veinte.
... Los demás se habían reunido a su alrededor; Clay había dicho que creía que se acercaba el fin.
... -¿De qué color es, Alice? -preguntó Clay sin esperar respuesta.
... -Verde -lo sorprendió ella.
... -¿Para qué te lo pondrás?
... -Las señoras vienen a la mesa -repuso Alice.
... Su mano seguía oprimiendo la zapatilla, pero cada vez más despacio. La sangre de la herida se había secado hasta adquirir una suerte de brillo esmaltado.
... -Las señoras vienen a la mesa, las señoras vienen a la mesa. El señor Ricardi se queda en su puesto, y las señoras vienen a la mesa.
... -Exacto, cariño -musitó Tom-. El señor Ricardi se quedó en su puesto, ¿verdad?
... -Las señoras vienen a la mesa.
... El ojo de Alice se volvió hacia Clay, y por segunda vez habló con la otra voz, la que Clay había oído brotar de su propia boca.
... -Tu hijo está con nosotros -fueron las únicas cinco palabras que pronunció.
... -Mientes -siseó Clay con los puños apretados por el esfuerzo de no pegar a la joven moribunda-. Mientes, hijo de puta.
... -Las señoras vienen a la mesa, y tomamos el té -dijo Alice.


Stephen King: Cell, 2005

viernes, 23 de marzo de 2012

El Árbol (II)

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... La casa se alzaba al fondo de la calle. Era la última de la fila, y estaba en un terreno demasiado grande como para poder ser mantenido por su único habitante, un hombre de setenta y siete largos años. Si bien no los aparentaba, era innegable que había vivido demasiadas situaciones (buenas y malas) como para mantenerse en perfecto estado.
... El terreno estaba limitado por un denso cerco de ligustros de un metro y medio de alto por treinta y cinco centímetros de ancho. Su follaje era de un profundo color verde esmeralda, pero era lo único que se mantenía bien allí. El resto del "jardín" (si se lo podía llamar así) estaba lleno de arbustos más muertos que vivos. La única elevación natural allí era un árbol de tres metros de alto y abundantes ramas laterales que crecía en el lado noreste de la casa. Pese al extraño hábito del árbol de curvar sus ramas hacia arriba, al anciano le gustaba, ya que resguardaba la casa y la mantenía fresca por la mañana.
... Pero también quería al árbol por otra razón. Por algo que éste guardaba, por algo que tenía abajo.
... Por algo de lo que se alimentaba.

jueves, 22 de marzo de 2012

Pórtico de Melpómene

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... Melpómene, la musa de la tragedia viene...
-¡Oh! Y esta noche el viento no sé qué ritmo tiene
solemne, doloroso... No sé qué notas huecas,
bajo el marchito bosque, sobre las hojas secas,
junto a las muertas aguas...
....................................... -Melpómene, ¿qué es esto?
Hoy tienes, más que nunca, desencajado el gesto,
frías las manos; frías como el mármol, frías
como de muerta... Cuenta qué ha sido de tus días;
cuenta por qué escondidas cavilaciones viejas
te ahonda las miradas el arco de las cejas.
Tiemblan tus senos. Cuenta por qué tiemblan tus senos
y aduérmeme sobre ellos, como a los niños buenos...
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... Estás terrible. Vierten tus pestañas severas
un tinte de violetas de invierno en tus ojeras,
y como de rosas manto de oro, tus mejillas
se alargan ovaladas, fragantes y amarillas...
Tus ojos se me antojan más negros que otras veces.
La solitaria esfinge de un páramo pareces.
¿Qué tienen tus pupilas? Hoy noto que están ellas
muchísimo más tristes que todas las estrellas.
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... Melpómene: me acuerdo de aquella cacería...
El bosque a media noche, y la mujer que huía...
Yo en pos, con ambos brazos hambrientos extendidos,
allá por los más agrios senderos escondidos;
y ella adelante siempre, jadeando de congojas,
mientras su fuga hacía crujir las muertas hojas.
¿Recuerdas? A la lumbre lunar, apenas era
como un fantasma aquella mujer de mi quimera,
que yo amaba y odiaba desesperadamente.
Después, junto a la margen sonora de una fuente,
cayó... ¡Caíste! ¡Puesto que eras tú misma! Estabas
pálida como ahora... Temblabas... ¡Oh, temblabas
como ahora!... Caíste vencida, agonizante...
Y yo rodé por tierra, desmelenado, hipante,
y comencé a besarte, y comencé a morderte,
¡como quien va a matarte, por fin, o a poseerte!...
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... Después fuiste mi sombra de mala agorería...
un lamento que pasa... una traición que espía...
un poco de crespones y de ceniza; un poco...
de miedo, de vergüenza, de pensamiento loco...
vientre preñado... boca de antojo y de lascivia...
beso que no se cumple... rencor que no se entibia...
visión de desvarío, de ensueño y de pecado...
¡Antes de que te toque, ya sé que me has manchado!
Un eco en una tumba: Eso es lo que tú eres.
¡Pero por eso mismo me buscas y me quieres!
¡Pero por eso mismo, de par en par abiertas,
están para tu paso mis consagradas puertas;
y en toda noche infame, con un amor mendigo,
en tálamos monstruosos te acostarás conmigo!
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... Es raro tu destino, trágica musa. pero...
Zeus lo manda. Zeus ha dicho: Así lo quiero.
Son para las aras en que doblega el toro
los coronados cuernos mientras salmodia el coro.
Es tuya aquella estatua que con un signo hace
guardar silencio, ante esa tumba en que un hombre yace.
Es tuyo, en el propíleo cada agrietado plinto;
tuyas las sepulcrales calles del laberinto.
Es tuya esa ondulante víbora que discurre,
por tanto sacro mármol por donde a dormir se escurre.
Es tuyo el eco vano; tuya la piedra rota;
tuya esa inútil agua que entre las ruinas brota;
tuyo el intercolumnio del templo derruido,
en medio de este inmenso silencio del olvido;
tuyo el carcaj que brilla con lámina siniestra;
tuyo el ensangrentado puñal de Clitemnestra;
tuya la eterna Roma que se enrojece y arde;
tuya Pompeya a solas con el sol de la tarde...
tuya la noche, tuya la sombra, hebra por hebra,
la urna que se rompe, la losa que se quiebra;
tuyo el Sit, tibi, levis y el Requiescat in pace,
y tuya toda cosa que en polvo se deshace.
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... Eres sacerdotisa de todos los que gimen:
esfinge del misterio y oráculo del crimen.
Pero sin la tragedia, sin la llaga y la herida,
sería algún suceso muy mísero a la vida.
Se ha menester el puño crispado de amargura,
y el hacha que destroza de un golpe la armadura.
Ha menester la tierra, de la sentencia inscripta
con sangre sobre el mármol funeral de una cripta.
Los campos se avergüenzan de las vitales mieses:
Ellos quisieran bosques profundos de cipreses.
¡Yo te declaro eterna, Melpómene enemiga,
Melpómene traidora, Melpómene mendiga!
Cae en mis brazos, musa; sobre mis brazos cae...
Tu llanto me refresca; tu infamia me distrae...
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... Ayer, cuando tornaba el camposanto ¡oh musa!
con la cabeza baja, con la razón confusa,
y con los ojos llenos de lágrimas, estaba
junto a mi umbral, la Muerte.
....................................... Me dijo: -Te esperaba.
Se deslizó conmigo por el zaguán oscuro,
palpando como una ebria los zócalos del muro.
Cogióme de la mano. me estremecí de frío.
Abrimos las dos puertas de un gran salón vacío.
-No, no es aquí; sigamos...
....................................... Seguimos poco a poco,
abriendo puertas, puertas...
....................................... ¡Y no era allí tampoco!
Atravesamos juntos el patio. Anduvo... anduvo...
Iba... tornaba... iba... tornaba... Se detuvo.
Era la alcoba en donde mi madre balbucía
las tristes oraciones de la viudez sombría.
Entre sus nobles manos brillaba el crucifijo.
La Muerte, en una mueca letal:
....................................... -Aquí es, me dijo.
-¡No! ¡No entres! clamaba mi súplica. ¡No entres!
¡Ciega te vuelva el Cielo para que no la encuentres!
¡Y mi rencor te muerda! ¡Y mi dolor te ladre!
-Pero ella entró, y ahora yo ya no tengo madre...
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... deja que llore, deja correr mi amargo lloro.
Unos tenemos llanto, como otros tienen oro...
Ayer, cuando mi madre finó su trayectoria,
cantaban las campanas del Sábado de gloria.
Ayer, cuando mi padre se ahogaba de agonía,
cascabeleaba el mundo y el carnaval reía.
Ahora, cuando añoro su amor y los bendigo,
profano mis recuerdos al trasnochar contigo.
Deja que llore; deja correr mi amargo lloro.
Unos tenemos llanto como otros tienen oro.
Pero lo mismo es todo. Reír... llorar... ¡Lo mismo!
Somos un río negro rodando hacia un abismo.
La diferencia es pobre. La diferencia es leve:
Una onda lleva espuma y otra onda lleva nieve.
Ved la verdad.
....................................... Yo mismo tuve una edad florida;
desparramé las horas; desperdicié mi vida.
Fui llama, y al ser llama fui crédulo y fui ciego,
porque ignoré que el humo es la vejez del fuego.
¿No adviertes mi humareda? Me quemo y me consumo.
¡Que nunca sea fuego quien tiemble de ser humo!
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... Y ahora, musa, canta lo que los dos sufrimos...
Alza tu voz sincera con que a sentir coadyuvas.
Las vides de mi verso se cargan de racimos:
¡Que sople un viento fuerte que haga caer las uvas!


Arturo Capdevila: Melpómene, 1912

lunes, 19 de marzo de 2012

El Árbol (I)

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... Crecía lentamente, pero de forma sostenida. Verano a verano, se notaba un incremento en su altura. Poco, es verdad, pero evidente.
... Hasta que llegó a los tres metros de altura. Luego se detuvo. Se detuvo a lo alto, porque había comenzado a desarrollarse horizontalmente.
... Parecía un adolescente. Alto, delgado, desgarbado. Poco a poco iba adquiriendo forma adulta. Si bien tres metros era poca altura para ese tipo de árbol, estaba bastante bien, teniendo en cuenta que estaba rodeado sólo por matas de arbustos rastreros.
... Lo que no estaba bien era la longitud de las ramas.
... Al principio no se notó, pero, luego de varios años, éstas alcanzaron un largo inusitado. Eran extremadamente largas y extremadamente delgadas. Aunque lo peor era que no sólo no se doblaban por su propio peso, sino que encima crecían curvadas hacia arriba. Como si rogaran a alguien, como si le rezaran a la luna.
... Como si quisieran atraparla entre sus ramas.

viernes, 16 de marzo de 2012

Examen

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... Al ingresar a su oficina le sorprendió encontrar a su secretaria con el vestido de su mujer. Era una prenda única, hecha a medida por una modista, de lino egipcio tostado con ribetes en rojo oscuro.
... -Eh, hola, Lucrezia -dijo, estupefacto-. Lindo vestido.
... -¿Le gusta? -contestó ella, halagada-. Es nuevo, me lo regaló una amiga.
... ("¿Una amiga?", pensó él, "Si no la conoce a mi mujer...")
... -Veo que tiene tan buen gusto como usted -dijo, perplejo, disimulando su turbación-.
... -Ay, bueno, gracias -respondió ella-. ¡Mire, ya me hizo poner colorada! -dijo, al tiempo que giraba para retirarse.
... Había una mancha de sangre en el vestido. Unas gotas, justo a la altura del muslo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

La otra espada

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... Recuérdale la angustia en el pasado
de su sombra. Consuela una honda herida
como Judas besó a quien le dio vida
y dile que su Itaca lo ha olvidado.
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... Cosecha su crueldad; verás vergüenza.
Refleja el claro espejo en la oscura alma.
Como un Dios, abandónalo con calma.
Se niega. Se retuerce. Así comienza.
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... Si en Él se miente, nombra la serpiente
seseante de Inquisición asesina.
Las astucias de Ulises son resina
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... inútil. Sin violencia. Con paciente
labio por el costado. Con un nombre
no olvidado. Así se derrota a un hombre.


Nicolás Ferraiolo