lunes, 2 de diciembre de 2013

La luz del mundo (fragmento)

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... -Deberías haberte casado con él -dijo el cocinero.
... Le habría perjudicado profesionalmente -dijo la rubia oxigenada-. Habría sido una rémora para él. Lo que necesitaba no era una esposa. Dios mío, menudo hombre era.
... -Esa es una buena manera de verlo -dijo el cocinero-. ¿No le noqueó Jack Johnson?
... -Eso fue trampa -dijo la rubia oxigenada-. Ese negrazo lo pilló por sorpresa. Acababa de tumbar a Jack Johnson, ese negro cabrón. El negro le ganó de chiripa.
... Se abrió la ventanilla del despacho de billetes y los tres indios se acercaron.
... -Steve lo tumbó -dijo la oxigenada-. Se volvió hacia mí y me sonrió.
... -Creí que dijiste que no habías ido a la costa -dijo alguien.
... -Fui para esa pelea. Steve se volvió hacia mí y me sonrió y ese negro hijo de puta del infierno dio un salto y le pegó por sorpresa. Steve podía darles una paliza a cien como ese cabrón.
... -Era un gran boxeador -dijo el leñador.
... -Por Dios si lo era -dijo la oxigenada-. Por Dios que ahora ya no hay boxeadores como él. Era un Dios, ya lo creo. Tan honesto y limpio y guapo y tan elegante y tan rápido como un tigre o como un trueno.
... -Lo vi en la película de la pelea -dijo Tom. Todos estábamos muy conmovidos. Alice se estremecía de pies a cabeza y la miré y vi que estaba llorando. Los indios habían salido al andén.
... -Para mí significaba más de lo que habría significado cualquier marido -dijo la oxigenada-. Estuvimos casados a los ojos de Dios y le pertenezco ahora y siempre le perteneceré y todo mi ser es suyo. No me importa mi cuerpo. Se lo pueden llevar. Mi alma pertenece a Steve Ketchel. Dios, menudo hombre era.
... Todo el mundo se sentía fatal. Era algo triste y embarazoso. Entonces Alice, que seguía estremeciéndose, habló:
... -Eres una maldita mentirosa -dijo con aquella voz grave-. Nunca te follaste a Steve Ketchel en tu vida y lo sabes.
... -¿Cómo puedes decir eso? -dijo orgullosa la oxigenada.
... -Lo digo porque es cierto -dijo Alice-. De los que estamos aquí soy la única que conoció a Steve Ketchel, y soy de Mancelona y le conocí y es cierto y tú sabes que es cierto y que Dios me fulmine aquí mismo si no es verdad.
... -Que me fulmine a mí también -dijo la oxigenada.
... -Es verdad, verdad, verdad, y tú lo sabes. No me lo invento y sé exactamente lo que me dijo.
... -¿Y qué te dijo? -preguntó la oxigenada, con suficiencia.
... Alice estaba llorando, y apenas podía hablar de lo mucho que se estremecía.
... -Me dijo: "Eres un bombón, Alice". Eso es lo que me dijo.
... -Eso es mentira -dijo la oxigenada.
... -Es verdad -dijo Alice-. Eso es lo que me dijo de verdad.
... -Es mentira -dijo orgullosa la oxigenada.
... -No, es verdad, verdad, verdad, lo juro por Jesús y María.
... -Steve no pudo haberte dicho eso. No era su manera de hablar -dijo la oxigenada muy satisfecha.
... -Es verdad -dijo Alice con su bonita voz-. Y tanto da que lo creas como que no. -Ya no lloraba, y estaba serena.
... -Es imposible que Steve dijera eso -afirmó la oxigenada.
... -Lo dijo -exclamó Alice, y sonrió-. Y recuerdo que cuando lo dijo yo sí era un bombón, y ahora sigo siendo más bombón que tú, vieja botella de agua caliente reseca.
... -A mí no puedes insultarme -dijo la oxigenada-. Montaña de pus. Tengo mis recuerdos.
... -No-dijo Alice con su dulce y preciosa voz-, tú no tienes ningún recuerdo auténtico, excepto cuando te quitaron las trompas y empezaste a tomar morfina y cocaína. Todo lo demás lo has leído en los periódicos. Yo estoy limpia y tú lo sabes y gusto a los hombres, aunque sea grande, y lo sabes, y nunca he dicho una mentira y lo sabes.
... -Déjame con mis recuerdos -dijo la oxigenada-. Con mis recuerdos auténticos y maravillosos.
... Alice se la quedó mirando, y luego a nosotros, y su cara perdió esa expresión afligida y sonrió y su cara fue la más hermosa que yo había visto nunca. Tenía una cara hermosa y la piel tersa y hermosa y una voz preciosa y era muy simpática y realmente afable. Pero Dios mío, qué grande era. Era grande como tres mujeres.


Ernest Hemingway, "Los cuarenta y nueve primeros cuentos", 1938.