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... Permanecía sentado. Esperando. En silencio. El hombre se hallaba en el suelo, acurrucado. Temeroso. ¿Muerto? Tal vez. Hacía horas que no emitía palabra alguna, sonido alguno.
... Él tampoco. Ya había dicho todo lo que tenía que decir. Ahora era sólo cuestión de tiempo. Esperar. Espera la mañana para poder retirarse, irse a la ribera, a la noche que lo aguardaba, que le otorgaba su ser y su nombre.
... Ya nada lo preocupaba. Ya nada le importaba. Semiadormecido por el crujir de las cortinas de seda, yacía silente vigilando todo. Ni un vaho de incienso se percibía en el aire; ni un chirrido de las brasas de la chimenea se escuchaba. Ni un latido del hombre allí abajo se distinguía. Nada.
... Aquél ya no se levantaría más. Nunca más. Ya su alma no se podría liberar de la sombra que se proyectaba en el suelo de la habitación, nunca más. Había cumplido.
... Cuando el primer rayo de sol acarició la faz del hombre inmutable, se levantó del busto de la puerta y, saliendo por la ventana, el cuervo voló.