Un hombre entra a la tienda. La chaqueta de cuero, gastada, sucia, atrapa su mirada de inmediato. La dependienta musita un precio ridículo, como si quisiera regalársela. Solo porque tiene un orificio justo en el corazón. Solo porque tras el cuero, el chiporro blanco tiene una mancha rojiza que ningún detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la calle.
A pocos pasos, unos hombres enmascarados disparando desde un callejón. Una bala hace un giro en ciento ochenta grados de su destino original. Se diría que la bala tiene memoria. Se desvía y avanza, gozosa, hasta la chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El hombre congela la sonrisa ante el impacto.
La dependienta, corre a desvestirlo y a colgar nuevamente la chaqueta en el perchero. Lima sus uñas distraída, aguardando.
Pía Barros.
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