jueves, 21 de enero de 2010

Cementerio de Animales (fragmentos)

"Entonces, si Cristo rescató a Lázaro de entre los muertos", había dicho ese compañero, "por mí, perfecto. Si hay que tragárselo, me lo trago. Quiero decir, puedo aceptar el concepto de que el feto de un gemelo a veces puede tragarse el feto del otro in utero, como una especie de caníbal, y veinte o treinta años después le crecen dientes en los testículos o en los pulmones como testimonio de aquel crimen, y si puedo aceptar eso creo que puedo aceptar cualquier cosa. Pero quiero ver el certificado de defunción... ¿entienden? No cuestiono que Lázaro haya salido de la tumba. Pero quiero ver el certificado de defunción original. Soy como Tomás cuando dice que sólo creerá que Jesús ha subido al cielo cuando pueda ver los agujeros de los clavos de la cruz, y tocar la herida. Por lo que a mí respecta, él era el verdadero médico del grupo, no Lucas."



Probablemente sea un error creer que haya límites al horror que puede experimentar la mente humana. Por el contrario, parece como si empezara a funcionar un efecto exponencial a medida que se espesa la oscuridad; por poco que a uno le guste admitirlo, la experiencia humana tiende, en muchos modos, a la idea de que, en una pesadilla, el horror engendra el horror, un mal crea otros males, más deliberados, hasta que al fin lo negro parece cubrirlo todo. Y la pregunta más terrorífica de todas podría ser cuánto horror puede soportar la mente humana. Por supuesto que esos hechos tienen su propia dosis de absurdo. En cierto punto, todo empieza a volverse más bien cómico. Ese puede ser el punto en el que la cordura empieza a salvarse a sí misma o a resquebrajarse; ese punto en el que el sentido del humor vuelve por sus fueros.

Stephen King.

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