viernes, 4 de febrero de 2011

La Feria de las Tinieblas (Fragmento)

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En letras rojas, el anuncio decía:
FUERA DE SERVICIO. PROHIBIDO SUBIR.
... -Ese letrero ha estado ahí todo el día -dijo Jim-. No creo en letreros.
... Se asomaron al carrusel bajo los robles que susurraban y crujían en el viento. Los caballos, las cabras, los antílopes, las cebras, traspasados por jabalinas de bronce, colgaban retorcidos como en las contorsiones de la muerte, pidiendo misericordia con ojos coloreados por el miedo, clamando venganza con dientes coloreados por el pánico.
... -No parece que hubiera algo roto.
... Jim pasó una pierna por encima de la cadena chirriante, saltó al disco de madera, vasto como la luna, entre las bestias frenéticas pero inmovilizadas para siempre.
... -¡Jim!
... -Will, es el único juego que no hemos mirado, así que...
... Jim se tambaleó. El mundo de animales lunáticos se inclinó de costado bajo el peso del niño. Jim se internó en el bosque de tallos de bronce, entre los animales alborotados. Montó a horcajadas un padrillo de color malva nocturno.
... -¡Eh, tú! ¡Abajo!
... Un hombre asomó en la oscuridad de la máquina.
... -¡Jim!
... Extendiendo los brazos desde las sombras entre tubos de órgano y tambores de piel de luna, el hombre levantó a Jim que gritaba en el aire.
... -¡Socorro, Will, socorro!
... Will saltó entre las bestias. El hombre sonrió, lo recibió diestramente, y lo alzó hasta ponerlo junto a Jim. Los chicos miraron allí abajo el brillante pelo rojo, los luminosos ojos azules y los bíceps protuberantes.
... -Fuera de servicio -dijo el hombre-. ¿No saben leer?
... -Bájalos -dijo una voz suave.
... Desde lo alto, Will y Jim miraron al otro hombre, de pie entre las cadenas.
... -Bájalos -dijo él de nuevo.
... Los dos niños fueron llevados al bosque de bronce, entre animales salvajes y mudos, hasta el suelo polvoriento.
... -Estábamos... -dijo Will.
... -¿Curioseando?
... El segundo hombre era alto como un poste de alumbrado. La cara pálida, mellada por cacarañas lunares, arrojaba luz a los que estaban debajo. El chaleco era rojo como sangre fresca. Las cejas, el pelo, el traje tenían un color negro-regaliz, y la piedra amarillo-solar del alfiler de corbata se parecía a los ojos, claros como el cristal, y que no parpadeaban. Pero en ese instante, breve y de una total claridad, fue el traje lo que fascinó a Will. El traje parecía tejido con zarzas de jabalí, pelo como resortes de reloj, cerdas, y una especie de cáñamo siempre tembloroso y siempre centelleante. El traje captaba la luz y se movía como un matorral espinoso y negro, que hormigueaba interminablemente, cubriendo y apretando el largo cuerpo del hombre de modo que uno pensaba que él no iba a poder soportarlo, que iba a gritar arrancándose la ropa. Sin embargo, allí estaba, tranquilo como la luna, habitante del traje de ortigas, mirando la boca de Jim con ojos amarillos. No miró a Will ni una sola vez.
... -Me llamo Dark.
... Un floreo de la mano, que mostró una blanca tarjeta de visita. La tarjeta se volvió azul.
... Un susurro. Roja.
... Un revoloteo. Un hombre verde colgaba del árbol estampado en la tarjeta.
... Un escamoteo. Sss.
... -Dark. Y mi amigo el del pelo rojo es el señor Cooger, de Cooger y Dark...
... Un chasquido, un reverbero. Las palabras aparecían y desaparecían del rectángulo blanco.
... -El Teatro de las Sombras...
... Tic. Tac. Sss.
... Una bruja efímera revolvía y machacaba hierbas en una marmita.
... -... y la Compañía Internacional del Teatro del Pandemonio...
... El hombre le alcanzó la tarjeta a Jim. Ahora decía:
... Nuestra especialidad: examinar, aceitar, lustrar y reparar Escarabajos-Relojes-de-Muerte.
... Tranquilamente, Jim leyó. Tranquilamente, buscó en los bolsillos colmados de tesoros, revolvió y sacó la mano.
... En la palma había un insecto de color ocre, muerto.
... -Tome -dijo Jim-, arréglelo.
... El señor Dark estalló de risa:
... -¡Estupendo! ¡Lo arreglaré!
... Extendió la mano. La manga de la camisa subió, recogiéndose.
... En la muñeca parecieron águilas, gusanos rojos, negros, verdes, y de un azul eléctrico.
... -¡Oh! -gritó Will-. ¡Usted tiene que ser el Hombre Tatuado!
... -No -dijo Jim estudiando al forastero-. El Hombre Ilustrado, que no es lo mismo.
... El señor Dark asintió, encantado.
... -¿Cómo te llamas, muchacho?
... ¡No se lo digas! pensó Will y calló. ¿Por qué no? se preguntó, ¿por qué no?
... Los labios de Jim se abrieron apenas.
... -Simón -dijo, y sonrió para mostrar que era mentira.
... El señor Dark también se sonrió para mostrar que se había dado cuenta
... -¿Quieres ver más, "Simón"?
... Jim no l dio la satisfacción de un asentimiento.
... Despacio, con una larga sonrisa, el señor Dark se recogió la manga hasta el codo.
... Jim miró. El brazo era como una cobra que ondulaba, se sacudía, antes de atacar. El señor Dark apretó el puño y meneó los dedos. Los músculos bailaron.
... Will quería correrse a un lado para ver, pero sólo podía observar a Jim, pensando: ¡Jim, oh Jim!
... Porque allí estaba Jim y allí estaba el hombre alto, cada uno de ellos examinando al otro como si miraran un reflejo en un escaparate, tarde en la noche. El traje de zarzas del hombre alto sombreaba ahora las mejillas de Jim, y le nublaba lo ojos con un color de tormenta dándoles una mirada de lluvia en vez del intenso verde gatuno que tenían siempre. Jim era como un corredor que ha hecho un largo camino: la boca febril, las manos abiertas esperando el premio. Y hubo un premio de ilustraciones que bailaron una pantomima, las figuras se sacudieron como una piel fría sobre el pulso cálido de la muñeca, mientras aparecían las estrellas y Jim miraba y Will no podía ver, y allá lejos las últimas gentes de la ciudad se alejaban en los autos abrigados, y Jim dijo levemente:
... -Caramba-, y el señor Dark se bajó la manga.
... -Terminó la función. Hora de cenar. La feria cierra hasta las siete. Todo el mundo afuera. Vuelve, "Simón", y da unas vueltas en el tiovivo cuando esté arreglado. Toma esta tarjeta. Una vuelta gratis.
... Jim se puso la tarjeta en el bolsillo, los ojos clavados en la muñeca, ahora oculta.
... -¡Hasta luego!
... Jim corrió. Will corrió
... Jim dio media vuelta, miró hacia atrás, saltó y desapareció por segunda vez en una hora.
... Will alzó los ojos al árbol donde Jim se encogía, encaramado a una rama. Miró hacia atrás. Los hombres estaban de espaldas, ocupados en el tiovivo. -¡Rápido, Will!
... -Jim...
... -¡Te van a ver! ¡Salta!
... Will saltó. Jim lo sostuvo. El árbol se sacudió. Un viento rugió en el cielo. Jim lo ayudó a trepar, jadeando, por entre las ramas.
... -Jim, ¡no tendríamos que estar aquí!
... -¡Cállate! ¡Mira! -susurró Jim.
... de alguna parte de las máquinas llegaban unos golpes sordos, unos ecos metálicos, un débil chillido, y el murmullo del aire en los tubos del órgano.
... -¿Qué tenía en el brazo, Jim?
... -Una pintura.
... -Sí, ¿pero qué clase de pintura?
... -Era... .Jim cerró los ojos.- Era... la pintura de... una víbora... eso es... una víbora.
... Pero cuando alzó los ojos no miró a Will.
... -Está bien, si no quieres decírmelo.
... -Te lo dije, Will, una víbora. Le pediré que te la muestre, más tarde, ¿quieres?
... No, pensó Will. No quiero.
... Miró hacia abajo, hacia el billón de huellas de pisadas en el aserrín del sendero, y de pronto estaban más cerca de la medianoche que del mediodía.
... -Me voy a casa...
... -Seguro, Will, vete a casa. Laberintos de espejos, viejas maestras, la valija perdida de un vendedor de pararrayos, un vendedor de pararrayos que desaparece, pinturas de víboras que bailan, un carrusel que no está descompuesto, y tú quieres irte a tu casa. Seguro, Will, viejo amigo, hasta luego.
... -Yo... -Will empezó a bajar del árbol, pero se detuvo.
... -¿Todo listo? -preguntó una voz allá abajo.
... -¡Listo! -gritó alguien del otro lado del sendero.
... El señor Dark se movió, a no más de quince metros, hasta una caja roja, junto a la taquilla del tiovivo. Miró en todas direcciones. Miró hacia el árbol.
... Will se encogió, Jim se abrazó a la rama.
... -¡En marcha!
... Un clac, un bum, un chasquido de riendas, un ruido de cobres que subían y bajaban, y la máquina empezó a moverse.
... Pero está rota, no funciona, se repetía Will.
... Le hechó una mirada a Jim, que señalaba algo allá abajo.
... El carrusel marchaba, sí, pero...
... Marchaba al revés.
... En el pequeño órgano dentro de la maquinaria resonaban crótalos y tambores, nerviosos como sementales, se entrechocaban címbalos de luna llena, cloqueaban las castañuelas, las flautas de caña se ahogaban y sollozaban entre silbatos y flautas barrocas.
... La música, pensó Will, ¡también va para atrás!
... El señor Dark se movió por los alrededores, y alzó los ojos como si hubiera oído el pensamiento de Will. El viento sacudió los árboles en remolinos negros. El señor Dark se encogió de hombros y se fue.
... El tiovivo giraba, cada vez más rápido, chillando, corcoveando, hacia atrás.
... El señor Cooger, el pelo rojo llameante y los ojos de fuego azul, se paseaba por el sendero haciendo las últimas verificaciones. Se detuvo bajo el árbol de los muchachos. Will hubiese podido escupirle encima. En ese momento el órgano dio un grito particularmente violento, un atroz grito de muerte que hizo aullar a los perros en los campos lejanos. El señor Cooger corrió y saltó al universo de animales que cabalgaban hacia atrás, primero la cola y al fin la cabeza, persiguiendo una noche circular e interminable hacia destinos ignorados y que no se conocerían nunca. Soltando manotazos a las pértigas de bronce se adelantó y se dejó caer en un asiento y allí se quedó en silencio, el pelo rojo erizado, la cara rosada, los ojos azules y penetrantes, girando hacia atrás, hacia atrás, acompañado por una música que iba jadeando hacia atrás, como un aire que vuelve a la garganta.
... La música, pensó Will, ¿qué pasa? Y en primer lugar, ¿cómo sé que suena al revés? Abrazado a la rama trató de reconocer la melodía y canturrearla mentalmente en la dirección correcta. Pero las campanas de bronce, los tambores, le martillaban el pecho, le trastornaban el corazón, y ahora sentía que el pulso le batía al revés, la sangre le corría hacia atrás en perversas acometidas, por todo el cuerpo. En cualquier momento podía caerse del árbol, y se apretó a la rama, pálido, mirando la máquina que andaba hacia atrás y al señor Dark que vigilaba el tablero rojo, desde el suelo.
... Fue Jim el primero en notar lo que ocurría. Le dio un puntapié a Will, Will miró y Jim señaló frenéticamente al hombre que pasaba ante ellos dando otra vuelta.
... La cara se le derretía al señor Cooger, como cera rosada.
... Las manos se le cambiaban en manos de muñeca.
... Los huesos se le hundían bajo la ropa, y las ropas se le encogían ajustándosele a la figura disminuida.
... La cara le temblaba como en una niebla y a cada vuelta se derretía un poco más.
... Will vio que la cabeza de Jim se movía en círculos.
... El carrusel giraba, un sueño lunar que flotaba retrocediendo; los caballos bajaban y subían, la música jadeaba detrás, mientras el señor Cooger, tan sencillamente como la sombra, como la luz, como el tiempo, era cada vez más joven, y más joven, y más joven.
... Cada vez que una vuelta lo ponía delante del árbol, allí estaba el señor Cooger, sentado solo, y los huesos del señor Cooger eran como cálidas velas que se consumían en años más tiernos. El señor Cooger, sereno, miraba las ardientes constelaciones, los árboles poblados de niños que se alejaban a medida que él retrocedía, y la nariz le disminuía de tamaño, y las orejas de cera rosada se le transformaban en pequeñas rosas rosas.
... En un principio, al iniciar ese viaje en espiral hacia atrás, el señor Cooger era un hombre de cuarenta años. Ahora tenía diecinueve.
... Los caballos, las pértigas, la música, continuaron desfilando al revés, y el hombre se transformó en joven, el joven en muchacho.
... El señor Cooger tenía diecisiete años, dieciséis...
... Una y otra vez la figura pasó girando bajo el cielo y bajo los árboles. Will cuchicheaba, Jim contaba las vueltas, mientras la fricción del bronce solar y la estampida de las bestias que se precipitaban hacia atrás calentaba el aire de la noche a la temperatura del verano, y el verano iba reduciendo el muñeco de cera, limpiándolo en un baño de músicas cada vez más extrañas, hasta que al fin todo terminó, todo murió y se tranquilizó; el órgano enmudeció, los cobres, la ferralla traquetearon una última vez, y gimiendo como si un viento de arena subiera en un reloj de arena, el carrusel se detuvo vacilando en un mar de sargazos.
... La figura sentada en el trineo blanco era muy pequeña.
... El señor Cooger tenía doce años.
... No. La boca de Will, y la boca de Jim se abrieron para decir no.
... La pequeña figura bajó del mundo silencioso; tenía la cara en la sombra, pero las manos, de un rosa arrugado como manos de recién nacido, eran claramente visibles a la luz de las lámparas de la feria.
... El extraño hombre-muchacho miró hacia arriba, hacia abajo, como oliendo miedo en alguna parte, oliendo un terror próximo. Will se acurrucó y cerró los ojos, y sintió que la terrible mirada atravesaba las ojas como dardos, junto a ellos. En seguida, corriendo como un conejo, la pequeña figura se alejó por el camino.
... Jim fue el primero en apartar las hojas.
... El señor Dark también había desaparecido en la noche.
... Pareció que Jim tardaba una eternidad en llegar al suelo. Will se deslizó detrás, y los dos se quedaron allí, asustados, con ganas de echarse a gritar, sacudiéndose en una silenciosa pantomima, golpeados por acontecimientos que los abrumaban, nocturnos y misteriosos. Fue Jim quien consiguió articular los temblores y la confusión de los dos, mientras se apretaban uno a otro los brazos, viendo la pequeña sombra que corría, como llamándolos al campo abierto.
... -Oh Will, quisiera que podiéramos ir a casa, quisiera que pudiéramos ir a comer. Pero es demasiado tarde: ¡hemos visto! Tenemo que ver más, ¿no es cierto?
... -Señor -dijo Will, en un tono lastimero-. Creo que sí.
... Y juntos echaron a correr, siguiendo no sabían qué, y nadie podía saber a dónde.


(Ray Bradbury: Something wicked this way comes, 1962)

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