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... Se había mudado a ese lugar cuando tenía veintiocho años. Al año ya estaba casado, y al siguiente ya tenía mellizos: un niño y una niña.
... Eran la luz de sus ojos. Se desvivía por verlos felices, y siempre les daba lo que le pedían. A pesar de ello, nunca fueron malcriados; siempre fueron obedientes y respetuosos. Por eso nunca se esperó que pasara lo que finalmente sucedió, en aquella tormentosa medianoche de mediados de junio, el día que los mellizos cumplían dieciocho años.
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