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... La soledad llena mis noches. No tengo a nadie con quien conversar en mi trabajo, por lo que me dedico a recorrer los pasillos solo, en silencio, oyendo el ruido de mis pasos en los pisos de cerámica.
... Soy guardián nocturno en un museo. Muchos dirán que es aburrido, pero a mí me gusta. Estoy siempre en contacto con el arte, cosa que me encanta, y hasta siento que con los cuadros y las esculturas ya somos una gran familia. Incluso me quedo conversando con algunas de las personas retratadas, les pregunto cómo se sienten, qué les anda pasando, cómo están sus familias, entre otras cosas..
... La soledad llena mis noches. No tengo a nadie con quien conversar en mi trabajo, por lo que me dedico a recorrer los pasillos solo, en silencio, oyendo el ruido de mis pasos en los pisos de cerámica.
... Conozco el lugar de memoria. Podría encontrar cualquier cuadro con los ojos cerrados. Cualquier cambio, por más mínimo que fuere, saltaría a mi vista de inmediato; es que trabajo aquí desde hace diecisiete años, diecisiete largos años, con todas sus noches y sus soledades.
... Y es que nunca falto al museo. Creo que sólo dos veces me tomé vacaciones, y algún que otro fin de año me tomaba unos días libres, pero luego me preguntaba: ¿para qué faltar? No tengo a nadie con quien pasar esas fechas, y solo me aburría demasiado. No tengo familia ni amigos, no me interesan las relaciones humanas. Pienso que todas las personas son mezquinas, codiciosas, que esconden su verdadera apariencia bajo una máscara de humildad y bondad con el único fin de pasar por encima de quien sea para alcanzar sus ambiciones. Por eso no quise dedicarme a otra cosa. Mi padre y su padre y el padre de su padre fueron policías, pero yo no podía soportar el ser funcional a un sistema repleto de corrupción, quería aportar algo bueno al mundo, por lo que dediqué mis días a resguardar la única belleza que puede producir el hombre: el arte. El arte es lo único que necesito, lo único que me entiende, sólo tengo los cuadros que me acompañan siempre. Así que decidí no faltar nunca a mi trabajo, así yo estoy tranquilo con las obras, y ellas estás seguras en sus respectivos lugares. Porque a los cuadros les puede pasar cualquier cosa, que los roben, que se caigan, hasta podría haber un incendio y mis cuadros no tendrían a quién pedirle ayuda porque sólo confían en mí. A las autoridades del museo les parece extraño que prefiera el turno noche y nunca me tome días de descanso, pero la verdad es que nunca, desde que ingresé como guardia nocturno, tuvieron ningún problema. Saben que soy responsable, y que me gusta este horario, que muchos odian porque les da vuelta el reloj, pierden todo el día durmiendo y a la noche no pueden salir a divertirse (que es lo único que les importa). Como a mí no me interesa ese tipo de diversión, me entrego de lleno a la tarea para la que fui contratado; así, la colección de arte no corre peligro alguno ya que cuido las obras con mi vida. Las amo demasiado como para permitir que les suceda algo. Algunos dirán que lo mío es una obsesión, pero no: tengo demasiado amor para dar,y no tengo a nadie a quién dárselo, por lo que me ocupo con mucho esmero de mis cuadros.
... Somos una gran familia. A veces siento que somos como un matrimonio poligámico: yo soy el hombre y los cuadros y esculturas son mis mujeres. Yo las protejo de cualquier peligro, les satisfago sus necesidades, y ellas satisfacen las mías. Son demasiadas mujeres, pero no se ponen celosas, porque tengo tiempo y cariño para todas por igual. Nuestra vida conyugal transcurre serena, apacible y agradable.
... Pero el problema empezó hará dos meses, más o menos. El museo había decidido ampliarse, por lo que adquirieron varias obras nuevas para ubicar en un ala recién construida del museo. Al principio me adapté bien; me costó trabajo conocer las obras nuevas e incorporarlas a mi recorrido nocturno, pero poco a poco volví a mi rutina estable. Parecía como si las obras hubieran estado siempre allí, sobre todo por el tipo de relación que establecieron unas con otras. Parecían grandes amigas que compartían todo sin ningún problema.
... Pero unas semanas después empecé a sentirme raro, como ligeramente descontento. Empecé a descuidar algunas obras, a saltear parte de mi recorrido habitual. Poco a poco reducía mi circuito cada vez más, hasta que solo quedé con el ala nueva del museo. Las obras sintieron este cambio, y empezaron a reclamarme, suave al principio, pero luego más insistentemente. Llegó un momento a partir del cual no soportaba verlas porque me enloquecían con sus gritos, y poco a poco fui reduciendo mi recorrido dentro del ala nueva, hasta que solo quedé con una obra.
... Era hermosa, sencilla y amable. Era la única que no me molestaba. "Pintura 1957". Así se llamaba. Me quedaba horas mirándola y seduciéndola. A ella creo que le gustaba, pero era tímida, le costaba mostrarse tal como era. Y claro, eso molestó mucho a las otras. De a poco fueron cambiando sus reproches, hasta que llegaron a mostrar plenamente su odio para con ella. Me reclamaban y decían que ella me apartaba del resto, pero yo no les hacía caso. Me quedaba amando sólo a ella, hasta que la revuelta se hizo insoportable. No me dejaban en paz, e impedían que lograra algo con mi amada, por lo que decidí deshacerme de quien se interpusiera en mi camino para llegar a lograr mi deseo.
... Planearlo fue muy fácil. Pero tenía que ser rápido, para evitar que me descubrieran antes de terminar. No quería que ellas se defendieran y gritaran tanto que pudieran advertir a alguien de lo que ocurría. Tampoco quería que sufrieran, ya que les guardaba aprecio de todas formas; me habían hecho muy feliz, y quería demostrarles cuan agradecido estaba haciéndolas sufrir lo menos posible. Después de mucho pensarlo, me decidí por dos herramientas seguras y silenciosas: una navaja y un martillo.
... Somos una gran familia. A veces siento que somos como un matrimonio poligámico: yo soy el hombre y los cuadros y esculturas son mis mujeres. Yo las protejo de cualquier peligro, les satisfago sus necesidades, y ellas satisfacen las mías. Son demasiadas mujeres, pero no se ponen celosas, porque tengo tiempo y cariño para todas por igual. Nuestra vida conyugal transcurre serena, apacible y agradable.
... Pero el problema empezó hará dos meses, más o menos. El museo había decidido ampliarse, por lo que adquirieron varias obras nuevas para ubicar en un ala recién construida del museo. Al principio me adapté bien; me costó trabajo conocer las obras nuevas e incorporarlas a mi recorrido nocturno, pero poco a poco volví a mi rutina estable. Parecía como si las obras hubieran estado siempre allí, sobre todo por el tipo de relación que establecieron unas con otras. Parecían grandes amigas que compartían todo sin ningún problema.
... Pero unas semanas después empecé a sentirme raro, como ligeramente descontento. Empecé a descuidar algunas obras, a saltear parte de mi recorrido habitual. Poco a poco reducía mi circuito cada vez más, hasta que solo quedé con el ala nueva del museo. Las obras sintieron este cambio, y empezaron a reclamarme, suave al principio, pero luego más insistentemente. Llegó un momento a partir del cual no soportaba verlas porque me enloquecían con sus gritos, y poco a poco fui reduciendo mi recorrido dentro del ala nueva, hasta que solo quedé con una obra.
... Era hermosa, sencilla y amable. Era la única que no me molestaba. "Pintura 1957". Así se llamaba. Me quedaba horas mirándola y seduciéndola. A ella creo que le gustaba, pero era tímida, le costaba mostrarse tal como era. Y claro, eso molestó mucho a las otras. De a poco fueron cambiando sus reproches, hasta que llegaron a mostrar plenamente su odio para con ella. Me reclamaban y decían que ella me apartaba del resto, pero yo no les hacía caso. Me quedaba amando sólo a ella, hasta que la revuelta se hizo insoportable. No me dejaban en paz, e impedían que lograra algo con mi amada, por lo que decidí deshacerme de quien se interpusiera en mi camino para llegar a lograr mi deseo.
... Planearlo fue muy fácil. Pero tenía que ser rápido, para evitar que me descubrieran antes de terminar. No quería que ellas se defendieran y gritaran tanto que pudieran advertir a alguien de lo que ocurría. Tampoco quería que sufrieran, ya que les guardaba aprecio de todas formas; me habían hecho muy feliz, y quería demostrarles cuan agradecido estaba haciéndolas sufrir lo menos posible. Después de mucho pensarlo, me decidí por dos herramientas seguras y silenciosas: una navaja y un martillo.
... Fue sencillo y rápido con los cuadros, pero las esculturas me llevaron bastante tiempo.Terminé media hora antes de que finalizara mi turno, por lo que debía desaparecer cuanto antes. Pero antes tenía que hacer algo: convencerla de que viniera conmigo.
... No quiso. Se lo volví a pedir, y se volvió a negar. Le rogué, le supliqué, le dije que todo lo había hecho por ella, pero me rechazaba una y otra vez. No lo pude soportar: ya enfadado, le advertí que si no venía conmigo le pasaría algo malo, y comenzó a reírse de mí. Lo hizo de una manera tan despreciativa... No podía hacerme algo más humillante, y lo peor era que no se detenía. Esa risa resonaba en mi cabeza cada vez más y más, me hería en lo profundo del alma, me insultaba, hasta que de pronto hubo silencio.
... Al principio no entendí; abrí los ojos y entonces la vi. Colgaba hecha pedazos, muda, sin vida. Todavía sostenía la navaja en mi mano.
... Esto pasó ayer, aunque me parece como si hubiera sucedido hace años. Me fui justo antes de que vinieran a reemplazarme. No sé qué habrán pensado cuando entraron en el museo, pero ya no me importa. Creo que me buscan, pero no me encontrarán. Lo único que quiero es que me perdone. Espero que me comprenda y que entienda por qué lo hice. Que sepa que la extraño, y que quiero que me dé una segunda oportunidad; espero que dentro de poco, cuando nos volvamos a ver, me ame como lo merezco.
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