miércoles, 26 de diciembre de 2012

El Somarova

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... Aquella mujer se llamaba... ¿cómo se llamaba? No lo recuerdo; pero sí recuerdo que sus padres eran de León.
... Vestía de un modo muy elegante, y la exquisitez de sus maneras y costumbres extrañaba mucho, casi tanto como el acto de levantarse de un tranvía para cederle el asiento a uno de la soldadura autógena.
... Al verme por la calle con ella, mis amigos se apresuraban a decir que me engañaba con otro; apunto este detalle para que se den ustedes cuenta de lo hermosa que era.
... Pero no me engañaba con nadie; os lo juro.
... Lentamente, yo, que acostumbraba pisar en todos los charcos los días de lluvia, a romper la contera del bastón y hacer otras cosas de idéntico mal gusto e igual de reprobables, fui volviéndome exquisito y ultrasensible como mi amada; todas las mujeres ultrasensibles y exquisitas verifican en sus amados semejantes transformaciones.
... Al principio todo fue bien. Yo estaba muy satisfecho de mi cambio, de usar camisas de seda, de pintarme las uñas de las manos con esmalte rojo y las de los pies con esmalte azul; de dejarme caer en las butacas con una laxitud oriental, de fumar cigarrillos egipcios manufacturados en Inglaterra, de quemar sándalo en mi alcoba y de absorber bicarbonato diciendo que era cocaína.
... Pero el día en que mi amada me enseñó a beber y a preparar la bebida rusa "somarova", colmo y empíreo de la exquisitez, aquel día comenzó a iniciarse mi desventura.
... Fue en su casa, una tarde en que nos aburríamos como dos rompientes de acantilado. De pronto, mi amada se había levantado y me había dicho, entornando los ojos, según la moda de Chamonix.
... -Felipe... Voy a enseñarte a preparar el "somarova". El "somarova" es una bebida rusa...
... -¡Ah! -dije sencillamente.
... -Aprendí a hacerla el año pasado que estuve con mi abuelo pescando truchas en el Volga.
... -¿El Volga no es un volcán?
... -No. Un río.
... -¿Francés?
... -Ruso.
... -¿No pasa por París?
... -No.
... La circunstancia de que no pasase por París, cosa que hace todo el que se estima, me forzó a desdeñar un poco el Volga.
... Mi amada había empezado a preparar el "somarova" e iba dándome explicaciones.
... La operación era complicada.
... -¿Ves? -decía-. Se exprime un limón y una naranja en una jarrita de café, y se le añade azúcar; se mueve bien con una varilla de cristal y con la cucharita se retiran las pepas que hayan caído al exprimir. Se vierte en la copa de metal hielo, ron y anís, a partes iguales, y se echan en la mezcla algunos granos de menta y dos o tres frutas escarchadas. En el licor así obtenido se escancia el café y lo demás, y vuelve a removerse a conciencia. ¿Te das cuenta? Ahora se cogen guindas, se mojan en éter, y el "somarova" está dispuesto.
... -¿Y... ya?
... -Ya no falta más que beberlo.
... Efectivamente; mi amada cogió el vaso en forma de búcaro y se lo tomó todo de un golpe.
... -Pero, oye -murmuré yo-. ¿Y yo?
... -Hazte más. Ya sabes cómo se prepara...
... Cogí el limón y lo exprimí en agua; añadí éter; junté ron, frutas escarchadas, naranja y anís, eché azúcar, revolví y me lo tomé, después de comerme dos granos de menta y de mascar un trozo de hielo. Me hizo la impresión de que tomaba zotal.
... -¿No te gusta?
... Tuve el valor de no responder. Y me fui a casa.
... Pero al día siguiente ordené a mi doncella que me trajese media docena de pasteles, perejil, mostaza, goma arábiga en polvo, tomillo y yeso cocido. Agregué unos pedacitos de badana de un sombrero viejo y me encerré en mi cuarto, donde me dediqué a hacer algunas manipulaciones infernales, rellenando los pasteles.
... Entregué los pasteles rellenos a mi doncella, y ésta los llevó a casa de mi amada con una tarjeta:
... "Amada mía: Tómatelos en ayunas. Son unos pasteles llamados "ascatrocis", que aprendí a fabricar cuando estuve con mi abuelo en Madagascar injertando flautines en palmeras.
... Los "ascatrocis" son exquisitos. - Tu Felipe."
*     *     *
... Mi amada murió aquella misma noche.
... Los médicos certificaron que de un derrame seroso. Pero los médicos no saben una palabra de Medicina.


Enrique Jardiel Poncela: El Libro del Convaleciente, 1938.

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