sábado, 19 de enero de 2013

Los treinta y ocho asesinatos y medio del Castillo de Hull


I
Planteamiento del problema
Una carta y un ponche
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... Al día siguiente, muy de mañana, me dirigí a casa de Sherlock Holmes, cuando advertí dos cosas singulares: que me había puesto una corbata repugnante y que los transeúntes con que me topaba al paso devoraban ansiosamente los periódicos de la mañana. Mirando con atención y serenidad crítica mi corbata, pensé: "¡Algo gordo sucede! Pues si no ocurriera algo gordo, los transeúntes no devorarían los periódicos de la mañana ansiosamente, sino que se dedicarían a contemplarme la corbata entre carcajadas salvajes." Porque, en efecto, mi corbata era la tira de tela más intolerable que saliera del establecimiento de E. T. Burns (Atkinson Royal Irish Poplin Made en Dublin - Ireland), fabricante de corbatas. Y, de otra parte, de no suceder algo gordo, ¿por qué iba a haberme escrito Sherlock Holmes? Sherlock me había enviado una carta inesperada e incomprensible:
... "Querido Harry: anticipe usted la hora de venir a verme, acudiendo inmediatamente a mi casa. Ha surgido un problema que merece nuestra atención más concentrada. Traiga consigo dos pesas de 70 libras cada una; es imprescindible que haga usted el camino a pie y a una velocidad media de veintiocho toesas por hora.- S. H."
... Mi primera decisión, al recibir aquellas extrañas líneas, fue arrojarme del lecho, pues me sorprendieron en un resuelto decúbito supino; en seguida me agarré a un tratado de medidas internacionales para averiguar el tamaño de la toesa francesa y saber a qué velocidad debía ponerme en marcha hacia el domicilio de Sherlock; luego telefoneé a la Real Sociedad Gimnástica Británica, pidiendo las dos pesas de 70 libras, y por último, me afeité denodadamente y me vestí de un modo vertiginoso, lo que explica el que me pusiese aquella corbata infecta.
... Sería ocioso añadir que, cumpliendo fielmente las órdenes de Sherlock Holmes, recorrí las veintiséis toesas que me separaban de la casa del detective, las cuales resultaron ser exactamente veintisiete kilómetros y medio; y como las recorrí a pie y provisto de las dos pesas, aun será más ocioso añadir que llegué jadeando a 57, Baker Street.
... Al entrar en el piso del maestro, hallé a éste conversando con un caballero de sesenta años, dos meses y un día. Pero yo no estaba para fijarme en detalles: iba tan rendido, que tiré las pesas y me derrumbé en un diván, donde dormí por espacio de seis horas. Ni Sherlock ni su visitante interrumpieron mi sueño, porque, según supe más tarde, las pesas que tiré al entrar fueron a parar a sus respectivas cabezas, lo que provocó en ambos ese divertido estado de inconsciencia, conocido deportivamente por K. O. técnico, en el que persistieron durante cinco horas y cincuenta y ocho minutos. Al cabo de ese tiempo, Sherlock me despertó, me tanteó el biceps de los dos brazos y habló así:
... -All right! Veo, Harry, que está usted fuerte. Quizá necesitemos pronto del vigor de sus brazos, y si le he hecho venir a pie, de prisa y trayendo una pesa de 70 libras en cada mano, ha sido precisamente para que usted se robusteciera lo más rápidamente posible.
... Y agregó a guisa de resumen:
... -To be or not to be! 1).
... A continuación señaló una mesita enana que se hallaba junto al diván, y concluyó:
... -Conseguido mi objeto, tómese ese ponche que ha preparado especialmente para usted la señora Hudson, y ayúdeme a escuchar a este caballero.
... Y me indicó al señor de los sesenta años, dos meses y un día.
... -¿Qué tengo que hacer para ayudarle a usted a escuchar a este caballero, maestro?
... -Nada.
... -Entonces verá usted qué bien lo hago.
... Y para escuchar a aquel caballero, me dispuse a no hacer nada. En cambio, para tomarme el ponche tuve que apretarme la nariz con los dedos y echármelo al coleto de un golpe, porque la verdad es que el ponche me da asco desde tres semanas antes de nacer Juan Sin Tierra.
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1) "El tiempo es oro"; ya se ha dicho.


Enrique Jardiel Poncela, Cinco kilos de cosas, 1945

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