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... En esta festividad de la Aparición de San Miguel Arcángel, en el año de gracia de 1939, Carmel había cumplido veinte o veintiún años, no recuerdo bien. Era lo que mi amiga Cheyney, americanizando deliberadamente la lengua materna, habría llamado una rubia rojiza. En otros términos, tenía cabellos rubios, pero no del tono platinado, oxigenado, ceniciento o tan siquiera de lino, de los sajones, sino de un tinte oro pálido, con reflejos marcados de color rojizo. No sé qué color de ojos se considera correcto para una rubia rojiza, pero los de Carmel, inesperadamente, eran de color castaño muy oscuro, los ojos que habitualmente tienen las morenas. Eran ojos preciosos, bien separados y adornados con largas pestañas negras. Su nariz era traviesa, levemente respingada, y si me preguntan cómo puede ser traviesa una nariz de mujer, me limitaré a recomendar al lector que venda este libro por lo que le den y en el futuro lea solamente a Bernard Shaw.
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... En esta festividad de la Aparición de San Miguel Arcángel, en el año de gracia de 1939, Carmel había cumplido veinte o veintiún años, no recuerdo bien. Era lo que mi amiga Cheyney, americanizando deliberadamente la lengua materna, habría llamado una rubia rojiza. En otros términos, tenía cabellos rubios, pero no del tono platinado, oxigenado, ceniciento o tan siquiera de lino, de los sajones, sino de un tinte oro pálido, con reflejos marcados de color rojizo. No sé qué color de ojos se considera correcto para una rubia rojiza, pero los de Carmel, inesperadamente, eran de color castaño muy oscuro, los ojos que habitualmente tienen las morenas. Eran ojos preciosos, bien separados y adornados con largas pestañas negras. Su nariz era traviesa, levemente respingada, y si me preguntan cómo puede ser traviesa una nariz de mujer, me limitaré a recomendar al lector que venda este libro por lo que le den y en el futuro lea solamente a Bernard Shaw.
(Michael Burt: The Case of the Angels´ Trumpets, 1947)
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