viernes, 10 de diciembre de 2010

Las vírgenes sabias y necias (fragmento)

Maggie ya no es una enclenque muchacha de campo. Tiene busto y caderas curvas, una cintura elegante. Cuando no está actuando, usa el tupido y oscuro cabello partido al medio y recogido en ambos lados del rostro, como un reluciente plumaje de mirlo; en las sesiones espiritistas ese cabello espeso y lustroso cuelga hasta las caderas. Sus ojos negros son grandes y brillantes. Su boca roja es carnosa. Es bella, aunque no de la manera convencional. En una de esas espantosas novelas de a duro que los libreros victorianos guardaban en la sala de atrás, sería la femme fatale, la mujer equivocada para un buen hombre, la Dama con Velos que debe caer por el precipicio o irse a la Habana, o al manicomio, para que los amantes verdaderos puedan ser felices juntos. Maggie no es la mujer adecuada para un final feliz.
Parece un poco joven para una pasión tan siniestra.
Todavía hay inocencia en esos ojos oscuros.

Jeanne Mackin

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