viernes, 24 de junio de 2011

Cánser

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... Éste es un signo de agua, representado por un grifo que recuerda a las pinsas de un cangrejo. Está rejido por la luna, asociada al movimiento de las mareas y, por ende, a todas las criaturas marinas, incluso a las ballenas.
... Estos animales poseen un par de pinsas fuertes que le permiten defenderse de ataques enemigos, al igual que los canserianos, que tienen una buena defensa, pero suelen ebitar afrontar los problemas frontalmente, al igual que los cangrejos, que van de costado.
... Al estar rejidos por la luna, planeta asociado a la maternidad, las mujeres canserinas suelen ser buenas madres, muy protectoras con sus crías. (Mi madre era de canser, y todavía la extraño. ¡Ay, mamita, mamita! ¿Por qué te fuiste? Me hacés mucha falta aquí... Nececito que vengas otra... ¡Sí! ¡Mamá! ¡Te veo! ¡Sí, claro que te quiero! Vení, abrasame. Pero estás llorando, ¡por qué? No, no te vallas, quedate, mami, mami, mami, mami, mami. ¡Mami...!)
... OCUPACIONES Y NEGOCIOS: Cambios. La marea actual retrosede y regresa con nuevas oportunidades laborales. Debe ovserbar la situación y identificar el momento justo para aprobecharlas.
... AMOR: Avance. La situación es propisia para intentar un aproximamiento con su ser amado. Aproveche la oportunidad y juégese, no se arrepentiré.
... SALÚD: Reflección. Deberá pensar si su forma actual de bida es lo que le hace bien. Haga deporte.
... SORPRESA: Recibe la visita de un ser querido.
... METAL: Bronce.
... PIEDRA: Cuarso.
... COLOR: Blanco.

domingo, 19 de junio de 2011

Esta es la estación

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... Esta es la estación, el día, la hora
... Que anuncian todas las trompetas celestiales
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... Este es el desierto óseo e incierto
... Al que ya no llega nadie, ni dios ni hombre
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... La faz del mundo entero está cambiando, creo
... He visto retoñar férreos pimpollos
... Como fustas de furia
... En este lugar triste y desvelado
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... Sal debajo de mis pies, hombre viejo. Déjame pasar
... Habla en voz baja, agáchate
... No te lamentes por mí
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... Yo he deseado partir

(Víctor Kreisler: The Big Strip-Tease)

Este linaje humano

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... Este linaje humano
... No es imaginación sino memoria
... Estrictamente personal, exilio
... De mis facultades perdidas en potes de basura
... Al retorno de una furiosa adolescencia
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... Soy hombre, y estoy solo
... Odio los recuerdos
... Me encuentro más a gusto entre los muertos

(Víctor Kreisler: El Cuerpo de Nadie)

En la tumba del lecho

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... En la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
... Con la muerte
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... Así me esfumo
... Oficiante en las hondas catacumbas del sueño
... Y nadie me ve
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... Sigo en busca de un huerto reluciente y exacto como el alba
... Para vivir mañana todavía
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... Me examino el olvido
... Ejecutando las contorsiones más difíciles de imaginar
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... Aburrido
... De tanto llamar en vano a las puertas del tiempo

(Víctor Kreisler: El Cuerpo de Nadie)

Antes que el tiempo

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... Antes que el tiempo se acuñara en días
... Viví la alevosía
... Como parte de una realidad innegable
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... No vi sino el camino
... De Caín y Abel, en una aurora
... Pesada, espesa y rumorosa,
... Indiferente como las estrellas
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... Vacía

(Víctor Kreisler: El Cuerpo de Nadie)

Amor

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... ¡Amor, ven a mi boca! ¡Amor, abre tus puertas!
... Y no digas al agua de la selva quién soy yo.
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... Soy el expulsado de viejas pagodas
... He vivido sin saberlo
... Como un muerto no tenía sino un único elemento
... Arena pura y estéril
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... ¡Amor, ven a mi boca! ¡Amor, abre tus puertas!
... Y no digas al agua de la selva quién soy.


(Víctor Kreisler: Hécatombe de Paroles.)

domingo, 12 de junio de 2011

Y sentirás el silencio cuando me haya ido

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... Sí, se lo había dicho varias veces, pero nunca en serio. Era una de esas amenazas que tanto el que las profiere como el que las recibe saben que no se cumplirán, pero así y todo se emiten con tono de ultimatum.

... Ahora soy más libre, sí; eso lo reconozco. Desde que no está, desde que se fue (todavía me cuesta admitirlo, me cuesta decirlo con las palabras correctas) puedo hacer lo que quiera, lo que tenga ganas, todo lo que antes no podía porque él me lo impedía. Supuestamente me limitaba por mi bien, para que mi vida fuera más ordenada, prolija y rutinaria, para evitarme problemas. Pero yo quería problemas, quería tener emociones y no una vida gris y repetitiva. Quería respirar a mis anchas, correr libre y sin preocupaciones. Él lo entendía, sí; aunque fuera inquebrantable en su posición lo entendía; por eso, cada tanto, me otorgaba unos momentos de libertad, me liberaba de sus cadenas y me permitía olvidarme de todo, pero eran eso, momentos, demasiado breves para ser suficiente. Yo le insistía, le rogaba por más, pero él no, que ya era suficiente, que por ahora no me podía dar más, que espere.
... Eso: que espere, como si yo tuviera una paciencia infinita. Me sentaba a mirar el reloj; las agujas se movían lentamente, el tiempo transcurría poco a poco, y parecía que él me lo hacía a propósito, que gozaba haciéndome esperar, porque sabía que el tiempo transcurría lento cuando me sentaba a esperar.
... Así que tuve que hacerlo. Tuve que asesinarlo. Fue una experiencia extraña: un golpe y listo, quedó en el piso, inmóvil, silencioso. Por el cuerpo sentí como una corriente eléctrica, como una descarga chispeante cuando me liberé de él definitivamente. Y luego la felicidad, la incertidumbre de no saber en cuánto tiempo me descubrirían (porque tenían que descubrirme), pero ya no importaba: el tiempo ya no me importaba; las horas no significaban nada para mí ahora que era libre y podía hacer todo lo que siempre quise pero que él no me dejaba.
... Y vaya si hice. Hice de todo y más. Hice cosas que ni me imaginaba que podía hacer. Al principio estaba feliz, eufórico: iba de un lugar a otro, cerca, lejos, no me importaba lo que tardara, ni miraba el reloj porque... ¿de qué servía? ¿De qué servía, si ya no representaba nada? Cuando lo asesiné, el tiempo dejó de importar, dejó de ser algo relevante, y entonces todas sus representaciones se volvieron obsoletas. Tenía todo el tiempo que quería y más, y él ya no me dominaba. Pero poco a poco el tedio se fue apoderando de mí, nada me satisfacía, nada me motivaba. El tener todo a mi alcance fue desgastando ese sentimiento de placer que me producían los pocos y breves momentos de libertad que él me otorgaba cada tanto. Así que empecé a detestar el haberlo matado. Incluso intenté que volviera a ser todo como antes, cuando él corría libre, cuando corría a su ritmo constante y previsible. Quise revivirlo para poder escapar de esta monotonía que llena mi vida, para volver a tener una existencia rutinaria como la que llevaba antes, cuando era más feliz. Intenté arreglarlo (de hecho, había guardado todos sus pedazos) pero no pude hacer nada. Quedé preso en la atemporalidad; nunca tuve talento para la relojería.

Medias negras, peluca rubia (fragmento)

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Esta flor de brezo se deshoja y cada pétalo es una lagrimita que cae sobre las páginas impolutas del cuaderno, cuaderno manchado de pétalos pero no de letras, cuaderno que hoy no quiere ser mancillado.
... Tampoco el lápiz me obedece, también el lápiz prefiere la inmovilidad que no contamina ni pregunta ni exige. También y tampoco el lápiz.
... Estoy en el brezal contemplando cómo la flor se deshace sobre la nieve de la hoja en blanco. Advierto que yo mismo no soy el que escribe sino el escrito, el escrito por otro. ¿Quién? No lo sé. Me miro: todas las letras que me componen (porque debo estar compuesto de letras, como una palabra cualquiera) bullen seguramente debajo de mi ropa. Siento su cosquilleo impaciente, su ávido zumbar de insectos libadores en un jardín de lilas, su periplo submarino de cardumen, su aleteo de cerástides en la oscuridad. Las zapatillas me molestan. Me las quito. La camisa y el pantalón me molestan. Me los quito. El calzoncillo me molesta. Me lo quito. Soy un muchachito como cualquier otro, tal vez más flaco que la mayoría, con algunos tímidos vellos en las piernas y en el pubis. El pubis, ahí está el secreto, ahí está el hervor. Mi sexo se ha puesto rógido y rijo (¿no queda mejor acaso rógido y rijo que rígido y rojo?). No es la primera vez que sucede, por cierto, pero es la primera vez que siento su desafío, siento que Él tiene en cierto modo su propia identidad. Como si las letras le prestaran una relativa independencia, como si contribuyeran a la separación, como si se sintieran irremediablemente atraídas a esa parte de mi cuerpo, como si pugnaran por salir a través de Él. Lo miro, hipnotizado. Si no ayudo a que el enjambre de letras se apacigüe voy a estallar, y si estallo se escaparán las letras y con las letras todo Yo, Yo me escaparé con el enjambre de letras, Yo seré una letra más en el enjambre de letras. Yo me evadiré de los seguros límites de la piel para que me trague la nada, para diluirme en la nada, para integrarme en la nada de las letras (eso debe ser la temida libertad). Y Él que exige, que reclama. Entonces, obrando por su propia cuenta, sin que mi cerebro haya emitido ninguna orden, una mano empieza a acariciarlo. Él parece haber estado esperando el gesto porque se hincha y vibra aún más, la mano continúa mecánicamente su movimiento; estoy tan abstraído (y agradecido) contemplando el espectáculo, que pasa un largo momento antes de advertir que no es mi mano sino otra mano; otra porque las mías están apoyadas en el suelo y puedo verlas si giro la cabeza primero a la izquierda y luego a la derecha; esas son mis dos manos y la que acaricia a Él es otra mano que sin embargo es mía.
... -Deja que lo haga yo -dice Alterio.
... Es la mano de Alterio.


(Eduardo Gudiño Kieffer: Medias negras, peluca rubia, 1979)

jueves, 9 de junio de 2011

Habla Laura

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Yo que sostuve la agitada trama

....... del verso escrito al borde del abismo,
....... siempre volví la espalda al cataclismo.
....... Yo soy la que no está. La que no te ama.
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............. Yo que alumbré con pertinaz ausencia
....... tu visión de poeta endemoniado
....... respondí a cada agónico llamado
....... con la misma estelar indiferencia.
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............. Soy Hidra que venció, fiera salvaje
....... que al héroe despedaza y atormenta
....... pero recibe a cambio un beso tierno.
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............. Te pregunto: ¿No es cruel el homenaje?
....... ¿No esconde acaso la mayor afrenta?
....... Muchas puertas, mi amor, dan al Infierno.


(Alejandro Dolina: El libro del Fantasma, 1999)