domingo, 12 de junio de 2011

Medias negras, peluca rubia (fragmento)

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Esta flor de brezo se deshoja y cada pétalo es una lagrimita que cae sobre las páginas impolutas del cuaderno, cuaderno manchado de pétalos pero no de letras, cuaderno que hoy no quiere ser mancillado.
... Tampoco el lápiz me obedece, también el lápiz prefiere la inmovilidad que no contamina ni pregunta ni exige. También y tampoco el lápiz.
... Estoy en el brezal contemplando cómo la flor se deshace sobre la nieve de la hoja en blanco. Advierto que yo mismo no soy el que escribe sino el escrito, el escrito por otro. ¿Quién? No lo sé. Me miro: todas las letras que me componen (porque debo estar compuesto de letras, como una palabra cualquiera) bullen seguramente debajo de mi ropa. Siento su cosquilleo impaciente, su ávido zumbar de insectos libadores en un jardín de lilas, su periplo submarino de cardumen, su aleteo de cerástides en la oscuridad. Las zapatillas me molestan. Me las quito. La camisa y el pantalón me molestan. Me los quito. El calzoncillo me molesta. Me lo quito. Soy un muchachito como cualquier otro, tal vez más flaco que la mayoría, con algunos tímidos vellos en las piernas y en el pubis. El pubis, ahí está el secreto, ahí está el hervor. Mi sexo se ha puesto rógido y rijo (¿no queda mejor acaso rógido y rijo que rígido y rojo?). No es la primera vez que sucede, por cierto, pero es la primera vez que siento su desafío, siento que Él tiene en cierto modo su propia identidad. Como si las letras le prestaran una relativa independencia, como si contribuyeran a la separación, como si se sintieran irremediablemente atraídas a esa parte de mi cuerpo, como si pugnaran por salir a través de Él. Lo miro, hipnotizado. Si no ayudo a que el enjambre de letras se apacigüe voy a estallar, y si estallo se escaparán las letras y con las letras todo Yo, Yo me escaparé con el enjambre de letras, Yo seré una letra más en el enjambre de letras. Yo me evadiré de los seguros límites de la piel para que me trague la nada, para diluirme en la nada, para integrarme en la nada de las letras (eso debe ser la temida libertad). Y Él que exige, que reclama. Entonces, obrando por su propia cuenta, sin que mi cerebro haya emitido ninguna orden, una mano empieza a acariciarlo. Él parece haber estado esperando el gesto porque se hincha y vibra aún más, la mano continúa mecánicamente su movimiento; estoy tan abstraído (y agradecido) contemplando el espectáculo, que pasa un largo momento antes de advertir que no es mi mano sino otra mano; otra porque las mías están apoyadas en el suelo y puedo verlas si giro la cabeza primero a la izquierda y luego a la derecha; esas son mis dos manos y la que acaricia a Él es otra mano que sin embargo es mía.
... -Deja que lo haga yo -dice Alterio.
... Es la mano de Alterio.


(Eduardo Gudiño Kieffer: Medias negras, peluca rubia, 1979)

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