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... La casa se alzaba al fondo de la calle. Era la última de la fila, y estaba en un terreno demasiado grande como para poder ser mantenido por su único habitante, un hombre de setenta y siete largos años. Si bien no los aparentaba, era innegable que había vivido demasiadas situaciones (buenas y malas) como para mantenerse en perfecto estado.... El terreno estaba limitado por un denso cerco de ligustros de un metro y medio de alto por treinta y cinco centímetros de ancho. Su follaje era de un profundo color verde esmeralda, pero era lo único que se mantenía bien allí. El resto del "jardín" (si se lo podía llamar así) estaba lleno de arbustos más muertos que vivos. La única elevación natural allí era un árbol de tres metros de alto y abundantes ramas laterales que crecía en el lado noreste de la casa. Pese al extraño hábito del árbol de curvar sus ramas hacia arriba, al anciano le gustaba, ya que resguardaba la casa y la mantenía fresca por la mañana.
... Pero también quería al árbol por otra razón. Por algo que éste guardaba, por algo que tenía abajo.
... Por algo de lo que se alimentaba.
... Pero también quería al árbol por otra razón. Por algo que éste guardaba, por algo que tenía abajo.
... Por algo de lo que se alimentaba.
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