martes, 26 de julio de 2011

Ponga un tigre en su tanque (fragmento)

El amor siempre empieza afuera. El amor, al principio, está en los otros, en los cuerpos de los otros, guardado allí como en una caja secreta, como en un cofre sellado. Y es cuestión de ir a buscarlo, de probar la llave del tacto, de sacarlo a fuerza de ojos y de piel y de palabras. En cierto modo tenés que arrancarlo de allí, pero también en cierto modo te lo tienen que regalar, tienen que decirte tomalo, aquí lo tenés, hacé con él lo que quieras, mordelo, pinchalo, quemalo, tiralo al incinerador, ponételo en el ojal que es un jazmín perfumado, dejalo volar que es una mariposa loca, comételo pronto que es una manzana de Río Negro y si la dejás pasar se pudre, peinalo que es una cabellera larguísima, enterralo que es un pequeño cadáver maloliente, rezale que sino se puede quedar en el purgatorio.

Sí, el amor empieza siempre afuera. Pero se termina adentro. Está en los otros y cuando viene a injertarse en vos crece y florece y al final se agosta, se muere de lástima o de cansancio o de aburrimient, se deshoja, se marchita, se pone todo todito mustio y por último se va con el primer soplo de viento, sin ruido, como polvo.

Y el amor que el propio cuerpo de uno tiene adentro también se va, se va a injertarse y a crecer y a florecer en cuerpos ajenos, y allí también, al fin, se muere. Nadie merece que se diga de él que vivió un amor eterno. Los que no tienen fuerza para aceptar lo efímero no pueden saber lo que es la eternidad.


En Guía de pecadores, Eduardo Gudiño Kieffer.

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