lunes, 22 de agosto de 2011

Primera fábula de Adán

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... Por si no te lo contaron te lo cuento: cuando Adán despertó del sueño de Dios no sabía que era el primer hombre.
... No sabía nada de nada. No sabía ni siquiera que nada al revés es Adán, y que Adán al revés es nada.
... A su alrededor los árboles hilaban perfumes y murmullos. Una iridiscente cascada de mariposas se precipitó desde las pálidas magnolias hacia las pálidas azucenas. Arriba, muy arriba, las nubes dibujaban en el horizonte perfiles de cúpulas con bordes incendiados. En las telarañas titilaban constelaciones de rocío, y una marimba de cristales líquidos repiqueteaba en el arroyo cercano.
... Adán se desperezó, se incorporó, bostezó. Al pasar sin querer la lengua por las comisuras de su boca, probó el gusto dulce de una gota de miel caída de un panal suspendido en las ramas altas. Echó a andar tratando de seguir una invisible algarabía, gárrula y estridente como el parloteo de los papagayos, que dejaba presentir el estridente y gárrulo colorido de sus plumas.
... Al caminar, Adán rozó con sus dedos la tersura de algún pétalo, la rugosidad de alguna corteza, la tibia suavidad de la piel del gamo que se le acercó mansamente. El gamo lo acompañó hasta la orilla del arroyo, donde Adán pudo contemplar por primera vez su imagen asombrada. Los cinco sentidos le abrían la primera puerta: el conocimiento de su cuerpo. Aun así seguía sin saber quién era, por qué y para qué estaba allí, en ese Jardín que era una flagrante invitación a la vida.
... Y se sintió triste. Hasta que una voz que comprendía no sólo el sonido, sino también la vista, el tacto, el gusto y el olfato, hizo correr con el viento una pregunta:
... -¿Adán?
... Adán supo de inmediato que esa pregunta, formulada por Alguien, era también una respuesta: su propio, único y verdadero nombre. Y que al aceptar ese nombre aceptaba también un don: el don de la palabra.
... A partir de entonces le resultó fácil, espontáneo y natural llamar agua al agua, tierra a la tierra, cielo al cielo. Dar un nombre a cada cosa.
... Sin embargo, el don no era suficiente para apagar la tristeza, para borrar el desconcierto. Porque nombrar al agua no era retener el agua, porque decir tierra no era perpetuar tierra, porque pronunciar cielo no era alcanzar el cielo. Apenas dichas las palabras se volaban como los pájaros, se marchitaban como las flores, desaparecían como desaparece el sol tragado por las tinieblas. Las palabras eran bellas, sí. Sonoras y expresivas. Pero tan fugaces y caprichosas como el tiempo. Nada podían hacer contra la nada. De tanto repetir "nada, nada, nada", Adán se dio cuenta de que nada al revés es Adán y de que Adán al revés es nada. Y la conciencia de la nada contenida en su nombre lo entristeció más todavía: estaba vivo en un lugar de la vida y se sentía impotente para vivir.
... Con su tristeza a cuestas llegó una tarde a orillas el mar. Nunca lo había visto y su inmensidad hizo que se sintiera más inútil. Se sentó en la playa mirando hacia el infinito, y sin querer tomó un caracol roto, vacío, que las olas habían olvidado al bajar la marea. También sin querer, con el borde filoso del caracol, trazó una línea sobre la arena. Una línea, nada más. Al mirarla, quizás impelido por el silencio de Alguien que sólo una vez lo había nombrado, agregó otra línea. Y otra, y otra. Y advirtió que con líneas ondulantes podía representar la palabra agua, que con líneas profundas podía representar la palabra tierra, que con líneas ascendentes podía representar la palabra cielo. Infinitas combinaciones de líneas simbolizaban palabras que ya no se volaban como los pájaros, que no se marchitaban como las flores, que no desaparecían como desaparece el sol tragado por las tinieblas. Las líneas perduraban, y si trazadas en la arena podían ser luego borradas por el mar, grabadas en piedra se eternizarían.
... Así, línea sobre línea, Adán logró el signo de su propio nombre. Adán: siempre nada al revés. Pero la nada escrita deja de ser nada; es algo porque todo lo escrito se convierte en realidad. Y algo más algo es una suma cuyo resultado es todo. Adán se descubrió como hombre cuando descubrió la escritura. Es decir: cuando descubrió el modo de fijar en letras la escurridiza memoria.
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... Moraleja: "La palabra escrita es la aniquilación de la nada".


(Eduardo Gudiño Kieffer e Hilda Torres Varela: Historia y cuentos del alfabeto, 1987)

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