El hurón rasquetea una chapa mugrienta, oxidada. No muy lejos, el hombre canoso, desanimado martilla. Y sus martillazos resuenan secamente. Tierra, mas tierra, tierra seca, ¿hace cuanto que no llueve? Suspira con desgano. ¿Hace cuanto? Gime, y el hurón se espanta, corre corderito por los caminos que conducen casi seguro al infierno. Casi, piensa el hurón, casi. Y se introduce con habilidad de topo, en un pozo. Y quiere ser topo, pero esos ritmos de la zoología tan injustos... ¡Pucha!, y la oscuridad que recuerda los ojos del anciano triste que martilla de nuevo.
¡Ay!, el sol, que fluye sobre la tierra, sobre el campo, sobre el anciano y no sobre el hurón que extraña, divertido, al sol. Y el sol que extraña, divertido, al viejo, que se va hundiendo de a poco en las pupilas de un niño que lo observa. Odio y pasión lo van desollando, quemándole la piel, arrancándosela. ¡Ay!, el martillo sigue bailando, ahora, al compás de dos ojos ingenuos que lo siguen con ternura. Te odio martillo, te odio hurón, te odio niño. Sus pulsiones agresivas se extienden y grita tratando de espantar al niño, como había hecho minutos atrás con el pobre hurón que ahora llora sus fracasos con rabia. Ah, topo, te envidio. Pero el niño inmutable, y el viejo y su sangre que ahora corre mas rápido, su cara que se pone cada vez mas colorada y se dilata, y ruge el lobo ruge ¿hace cuanto que no llueve, sol, hace cuanto? Vapores que emana la tierra, y debajo, el hurón. ¡Ay de mi!, sonríe, se pierde, se da vuelta el hurón, para ver por la hendidura que le cede el paso a una luz tímida que golpea y golpea, como el martillo. Luz, sol.
De pronto, el niño y el anciano se fusionan en un abrazo espasmódico, y el viejo llora y empapa el suelo que con prisa absorbe las lágrimas de fénix que caen sobre el hurón y este se molesta y vuelve con amargura a rasquetear la chapa, y algo martilla al viejo. Ya no hay mas niño, ya no hay mas viejo, ni mas hurón. Solo tierra, y sol, y mas tierra... y un topo que sonríe con malicia.
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