sábado, 25 de julio de 2009

Una noche cualquiera

Fue un miércoles a las cuatro de la madrugada. El frío empezaba a entumecer sus dedos; lo único que quería en ese momento era encontrar algún bar donde pudiera entrar.
Caminó un par de cuadras por calles oscuras hasta que, finalmente, encontró el lugar que estaba buscando: el bar que solía frecuentar los sábados con sus amigos. Vio luces y escuchó música, así que entró.
No había mucha gente adentro. Buscó una cara conocida para poder charlar con alguien, pero no encontró a nadie.

-Qué importa– pensó. Por lo menos ya no tengo frío.

Se acercó a la barra donde un grupito de gente se empujaba para poder conseguir los tragos que habían pedido hacía rato. Se abrió camino entre la pequeña multitud y se sentó en una banqueta. Le pidió al barman una cerveza y se dispuso a tomarla tranquila, sin hablar con nadie.
La música sonaba fuerte, pero no tanto como para molestarle. “Un ángel para tu soledad” la animaba y le hacía recordar viejos tiempos. Sonrió.

-¿Puedo sentarme?

La pregunta la sobresaltó, seguía inmersa en sus recuerdos.

-Sí, claro. No hay problema.

-¿Estás sola?- preguntó aquél hombre mientras se acomodaba en su asiento.

-Por el momento… sí, estoy sola- respondió alzando la voz para que no se perdiera en las melodías que sonaban cada vez más fuerte.
La luz era tenue, pero podía distinguir perfectamente el rostro de ese hombre. Tuvo la sensación de que ya lo conocía, así que decidió preguntarle.

-Disculpá, ¿nos conocemos de algún lado?

-No creo… ¿sos de acá?

-No, pero vine a vivir acá hace varios años.

-¿Muchos?

-Nueve. Nueve años. ¿Y vos? ¿Sos de acá?

-No, yo tampoco.

El hombre “casi desconocido” sonrió. Ella le devolvió la sonrisa por compromiso. No estaba de buen humor.
Luego de un breve silencio, comenzaron a charlar. Hablaron durante horas. Mientras el tiempo pasaba, ella estaba cada vez más segura de que lo conocía. No podía dejar de pensar en eso.

-De verdad-, le dijo. Siento que te conozco de algún lado. Desde hace mucho tiempo.

-Yo tengo la misma sensación, pero me cuesta recordar. Quizás en otra vida…

-No creo en esas cosas.

-Que escéptica…

-No, sencillamente no creo en eso. Pero respeto las creencias ajenas, es interesante compartir cosas que no tengamos en común.

-Es raro. Estamos hablando hace varias horas y no encontramos muchas cosas en común entre nosotros. Casi nada, en realidad.

-Pero nos entendemos perfectamente. Me siento cómoda con vos. ¿No sentís eso?

-Sí, yo también lo siento.

Hubo otro silencio. Esta vez mucho más extenso. A pesar de eso, nunca se volvió incómodo. Todo era muy agradable.

-Quizás suene algo apresurado- le dijo ella casi impulsivamente, pero… ¿te gustaría que nos veamos otro día?

El hombre, pensativo, la observó por un momento.

-No quisiera ofenderte- dijo. Pero no creo que sea buena idea.

-¿Puedo saber por qué?- preguntó algo avergonzada.

-¿Sabés algo? Yo suelo tener razón. Siempre.

-Si existe el “nunca digas nunca”, también existe el “nunca digas siempre”. Para siempre es mucho tiempo. La idea de “siempre”… no existe.

-No me creas si no querés. Pero tranquilamente te lo puedo demostrar.

-Ah, ¿sí? ¿Cómo?

-Puedo apostarte lo que quieras que me querés dar un beso.

-Ajá. Te das mucha importancia. ¿Por qué querría darle un beso a un “casi desconocido”?

-Porque desde que empezamos a hablar tus ojos me miran distinto.

-No tenés idea de cómo miro. No me viste mirar nada fuera de este bar, así que no tenés idea.

-Sí que la tengo. Porque ya nos conocemos.

-¿De dónde?

-Y como conozco tu manera de mirar, sé que me querés besar desde hace rato.

-¡¿De dónde?!

-Por eso tengo razón. Te dije que siempre tengo razón.

-Estás esquivando mi pregunta…

-Es que eso es relevante. Respondeme, con sinceridad: ¿querés besarme o no?

-Sí.

-¿Viste? Tenía razón.

-Dejá de darte tanto crédito de una vez por todas…

-¿Sabés por qué no nos podemos ver de nuevo?

-No. Decime, ya que “siempre tenés razón”, decime.

-Porque vos querés algo que yo no. Yo no tengo nada que darte; vos no tenés nada para darme.

-¿Cómo estás tan seguro?

-Porque siempre tengo razón.

-Otra vez con eso…

-¿No te acordás? Nosotros ya tuvimos esta charla. Hace muchos años.

-Mirá, la verdad es que yo no me olvido de las cosas así nomás. Menos de una cara, menos de haber tenido exactamente la misma charla con vos hace no sé cuántos años. No te creo.

El hombre soltó una carcajada.

-Está bien, no me creas si no querés. Pero te aseguro que ya vivimos esto.

-¿Dejà vu?

-No.

-Bueno, como quieras…

-Soy como la muerte, yo.

De pronto, ella recordó. Alguien le había dicho eso alguna vez. Comenzaba a dudar.

-“Y la muerte sólo sabe de muerte”- le dijo.

-¿Viste? Ya tuvimos esta charla.

-“La muerte no sabe del amor. Sólo sabe de muerte”- murmuró ella.

-Vos me aseguraste aquella vez que no le temías a la muerte. Me lo aseguraste porque creés que no estás segura de nada, salvo de que vas a morir.

-Estoy confundida, no entiendo por qué no me acuerdo de vos. Sin embargo… me acuerdo exactamente lo que me dijiste ese día. ¡Pero no sé cuándo fue “ese día”!

-No pienses tanto. Pensás demasiado.

-Sí, sí. Ya me acuerdo: “Pensás demasiado, liberate, no dejes que tu mente te prohíba ser lo que en verdad sos”.
-Exactamente.

-También me dijiste que no me podés besar porque tus besos te los reservás solamente para la mujer que amás.

-Sí.

-Mirá que raro… todavía no me acuerdo de vos, pero me acuerdo lo que sentí esa noche.

-¿Y qué sentiste?

-Me sentí sola.

-Perdoname…

-Está bien, no pasa nada.

-¿Seguís sola?

-Sí. Creo que ya me acostumbré.

-No mientas. Sé que cada vez te sentís más sola. Y eso te hace sentir peor.

-Bueno, ya no importa, no quiero hablar de eso.

-Cómo quieras.

De pronto, ella se dio cuenta de que habían apagado la música y que las luces se encendían. Afuera todavía estaba oscuro, pero no tardaría en aclarar.

-Mejor me voy, se me hizo tarde.

-¿Tarde para qué?

-Para nada, en realidad. Tengo la mala suerte de depender demasiado del tiempo.

-Seguís igual…

-Aparentemente. Intento cambiarlo, pero no lo logro.

-Es que no intentás… No das lo mejor de vos para poder para superarlo…
Ella lo escuchó, pero no le hizo caso. Se levantó y se puso el abrigo.

-Entonces, de verdad te vas…

-Sí.

-¿Sabés? vas a pensar en lo que nos acaba de pasar por mucho tiempo. Te vas a arrepentir, ni bien salgas de este bar, de haberte ido.

-Me arriesgo.

-Ya lo sé. Eso siempre me gustó de vos.

-Gracias. Quiero decirte algo: no me acuerdo, increíblemente, de vos. Pero sabé que no puedo dejar de sentir que te quiero, o te quise, no sé. Te quiero o quise mucho. Siempre.

-Ya lo sé.

-Bueno. Quizás nos veamos de nuevo… o no.

-Quizás… dentro de otros nueve años, sin que te acuerdes de haber charlado conmigo.

-Me arriesgo también a eso.

-Como quieras. Nos vemos.

-Dentro de nueve años.

Salió del bar confundida. El frío la golpeó en la cara. Buscó un taxi para volver a su casa.
Pensó durante todo el viaje la conversación que acababa de tener. Sin darse cuenta, ya estaba en la puerta.

-Son quince pesos- dijo el conductor.

-Sí, sí. Perdón.

Bajó del auto y entró a su casa. Estaba cálida.
Se acostó sin desvestirse, estaba muy cansada y se durmió en seguida.
La luz del sol que se filtraba por la ventana la despertó. Tenía sueño todavía, pero también sentía hambre, así que se decidió por desayunar algo.
Se sentía rara, confundida… pero no sabía por qué.
¿Qué había hecho ayer? No se acordaba. Y tampoco le importaba.

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