martes, 13 de octubre de 2009

Confesión

Me duele tu ausencia... Creo que, recién ahora me di cuenta de eso.
Nunca te lo dije pero, me recordabas a mi padre. Fuerte, orgulloso y protector.
Solía gustarme tu familiaridad... Parecías tener el poder de aplacar mi furia con solo una palabra.
Hacías de mi vida una ceremonia muy pura.
¡Tu risa! Tu risa parecía cantar.
En ocasiones, parecías un niño. Con tu mente poblada de ilusiones infantiles. Tu ingenuidad me hacía reir. En realidad, a tu lado solo podía reirme. Me contagiabas tu alegría y luego, todo parecía brillar en mi podredumbre diaria...
¡Y tus ojos! Una bendición, la gloria (tal vez). Verdes, verdes... Con un extraño fulgor cuando algo te enojaba o te indignaba, pero cuando se fijaban en mí... simplemente las palabras importantes parecían escapar de mi vocabulario. Ahora me resulta un tanto gracioso, pero recuerdo que pasaba horas pensando solo en tus ojos. Hasta lograron indignarme, me quitaban mi autonomía.
Lamento no haberte dicho esto antes... Ahora, probablemente, ya sea tarde.
Tu nombre no hace más que invadir mi cotidianeidad, pero con eso no me basta.

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