Dale, Martita, convencete de que la vieja nunca se equivoca, ella te lo ha enseñado todo en la vida, y quiere para vos lo mejor; dale, dale, sacate de encima la modestia que es gris y no te sienta, sacate la modestia y el slip y el corpiño y mirate, mirate bien, dejá que el espejo te refleje así, toda entera y desnuda toda joven y desnuda toda lindísima y desnuda, tan bien formada, tan armoniosa, tan con lo justo y en su justo sitio: esa cintura estrechita y esas caderas poderosas sin ser exageradas y la comba delicada del vientre con el pellizquito del ombligo y la mancha oscura en el pubis y los muslos largos, esas piernas hechas para que todo el mundo las mire si no fuera porque al Cacho eso lo saca de sus casillas, según él nadie tiene derecho a mirarla, el Cacho dice que... ¡Pero qué tanto pensar en el Cacho! Bastante le regalaste ya ¿no Martita? Te has portado con él como una chica decente, besos y caricias en el cine no Cacho basta por favor no seas malo respetame por lo menos hasta después del casamiento tú me quieres pura tú me quieres blanca y yo quiero hacerte el mejor regalo que merece un hombre: mi virginidad en la hermosa noche de bodas, te prometo ser toda tuya después del himeneo, por favor comprendeme Cacho. Y el Cacho que comprende, cómo no va a comprender si lo que oye es su propia filosofía en labios de ella, cómo no va a comprender pero la carne es débil y entonces, claro, ella tiene que hacer algunas sutiles concesiones, dejar que las manos de él sigan explorándola mientras ella, discretamente, con dedos hábiles (pero sin dejar de masticlar chicle ni de mirar la pantalla donde siempre suceden cosas más interesantes que en la vida) desprende uno a uno los botones de la bragueta hasta que empuña con su manito fría el mango caliente y maniobra mientras el Cacho se contiene, mientras se echa hacia atrás en la butaca y suspira y jadea y cierra los ojos y dice ay ay tan despacito que sólo ella lo oye y al final el espasmo, la explosión silenciosa, el pañuelo, cuidado no me ensuciés, esas cosas que una tiene que hacer para conservar la decencia y el novio al mismo tiempo. Sí, bastante le has concedido, Martita. Demasiado, tal vez, con los hombres nunca se sabe, todos los hombres son iguales.
Eduardo Gudiño Kieffer.
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