¿Pero cuánto más podríamos resistir con esta tuberculosis espantosa? Y ni siquiera podíamos llamarle tuberculosis, porque según los médicos no era más que un resfriado, pero hace 267 días, 20 horas, 15 minutos y 45 segundos que estábamos "resfriados". ¿Eso era posible?
Y así estábamos, tirados, maltrechos, creyendo en deidades con forma de horribles monstruos carniceros y así era como habían comenzado las alucinaciones... Pero tampoco podíamos llamarle "alucinaciones". Nuestro médico decía que eran absolutamente reales y eso era un hecho que no debía cuestionarse. Entonces, esos eran nuestros días: horas, interminables horas, bebiendo cerveza con monstruos carniceros (con delantal y todo).
A veces, venían amigos a visitarnos. Y eso no estaba mal, porque cambiábamos la cerveza por el whisky. El problema era que nuestros amigos eran vegetarianos y empezaba la trifulca: "¿Cómo puede ser que vivan con estos seres en su casa?", "Vengo a visitarlos porque los extraño pero no para ver a esta lacra que está a favor de la matanza de animales", etc. Pero había otro problema aún mayor: los monstruos solo sabían gruñir para comunicarse. Sin embargo, entendían el dialecto de los vegetarianos y cada tanto, los "carniceros" le tiraban un mordisco amigo al vegetariano enemigo.
Un día decidimos que iríamos todos juntos al médico para que nos soluciones el problema o los problemas: monstruos + resfriado. Cuando llegamos, el médico estaba cortándose las uñas de los pies, lo cual nos pareció muy coherente: hace rato que usaba sandalias que dejaban ver que el doctor desconocía la existencia de ciertos artefactos utilizados para cortar las uñas de los pies.
Apenas nos vio, comenzó a cantar. Después nos escupió los pies y nos dijo que nos retiráramos, que ya estábamos curados, que él ya sabía todo, lo de los monstruos, lo del resfriado, lo de la ropa interior (nunca entendimos a qué se refería con esto último, todos nos habíamos cambiado la ropa interior antes de llegar a su consultorio).
Nos fuimos contentos, con la certeza de que estábamos realmente curados y lo estábamos. No hubo más estornudos, ni pañuelos llenos de mocos invadiendo la casa ni nada de eso. Pero los monstruos no quisieron irse, dijeron que ellos hace rato pagaban los impuestos de la casa porque nosotros solo dormíamos a causa de nuestra gripe. Y que ellos se habían encargado también de cocinar (carne, obvio, nunca se nos ocurrió pedirles ensalada). Y bla bla bla... Les dijimos que se queden, pero que se cambien el delantal porque verlos siempre con ese delantal roñoso nos daba dolor de cabeza.
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