viernes, 25 de noviembre de 2011

¡Muchachos! ¡Cultiven hongos gigantes en el sótano! (Fragmento)

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... Cynthia besó a Fortnum en las dos mejillas, lo apretó tomándolo por los hombros, y subió las escaleras.
... En la cocina, Fortnum sacó un vaso, abrió la refrigeradora, y estaba sirviéndose la leche cuando se detuvo de pronto.
... Adelante, arriba, había un platito amarillo. Sin embargo, no fue el plato lo que le llamó la atención a Fortnum. Fue lo que había en el plato.
... Los hongos recién cortados.
... Se quedó allí medio minuto por lo menos, respirando y escarchando el aire, hasta que al fin extendió la mano, tomó el plato, lo olió, tocó los hongos, y luego salió al vestíbulo llevando el plato en la mano. Miró escaleras arriba, escuchando a Cynthia que se movía en el dormitorio, y estuvo a punto de llamarla: "Cynthia, ¿tú pusiste esto en la refrigeradora?" No habló. Conocía la respuesta. Cynthia en cambio no sabía nada.
... Puso el plato de hongos en la baranda de la escalera y se quedó mirando. Se imaginó a sí mismo en cama más tarde, observando las paredes, las ventanas abiertas, las figuras de la luz de la luna que se movían en el cielo raso. Se oyó a sí mismo diciendo: "¿Cynthia?" Y la respuesta de ella: "¿Sí?" Y él diciendo: "Los hongos pueden desarrollar piernas y brazos, hay un modo." "¿Qué?" diría ella, "Tonto, tonto, ¿qué?" Y él se animaría entonces y no tendría en cuenta la risa de ella y diría: "¿Y si un hombre que camina por el pantano recoge los hongos y se los come...?"
... ¿Una vez dentro del hombre, se extenderían los hongos por la sangre, se apoderarían de todas las células cambiando al hombre en un... marciano? Aceptada esta teoría, ¿necesitaría el hongo piernas y brazos propios? No, no mientras pudiera entrar y vivir en la gente. Roger había comido los hongos que le había dado su hijo. Roger se había convertido en "otra cosa". Se había secuestrado a sí mismo. Y en un último arranque de cordura, nos había telegrafiado, advirtiéndonos que no aceptáramos el envío expreso de hongos. ¡El Roger que había telefoneado más tarde no era ya Roger sino un prisionero de lo que había comido! ¿No está claro, Cynthia, no lo está, no lo está?


(Ray Bradbury, Las Maquinarias de la Alegría, 1964)

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