lunes, 7 de marzo de 2011

Cementerio de Animales (fragmento)

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Louis Creed llegó a creer que el último día realmente feliz de su vida fue el 24 de marzo de 1984. Las cosas que pasarían después, suspendidas sobre ellos como una guillotina, estaban todavía en el futuro, a siete semanas de distancia. Supuso que, aunque ninguna de esas cosas horribles hubieran sucedido, él habría recordado siempre ese día. Los días que parecen auténticamente buenos, buenos del principio al fin, son bastante raros de todos modos, pensó. Probablemente no había ni un mes entero de días así de buenos en la vida de un hombre, en la mejor de las circunstancias. Louis llegó a pensar que Dios, en su sabiduría infinita, parecía mucho más generoso cuando acudía a calmar el dolor.
... Ese día fue un sábado, y él estaba en casa cuidando a Gage mientras Rachel y Ellie estaban haciendo compras. Habían ido con Jud en la vieja y ruidosa pick-up IH 59 de él, no porque no anduviera el auto de ellos sino porque al viejo lle gustaba de veras la compañía de ellas dos. Rachel le preguntó a Louis si no tendría problemas con Gage y él respondió que por supuesto que no. Se alegraba de verla salir; después de un invierno en Maine, y en Ludlow, pensaba que ella necesitaba todas las salidas que pudiera hacer. Había sido indudablemente valiente, pero Louis ya la veía un poco cansada de tanto aislamiento.
... Gage se despertó de sus siesta a eso de las dos, hirsuto y huraño. Louis probó varios jueguitos ineficaces para entretenerlo, pero Gage no se divirtió con ninguno. Para empeorar las cosas, el maldito chico tuvo un enorme movimiento de vientre, cuyas cualidades artísticas Louis no apreció más por ver, en su preciso centro, una bolita de vidrio azul. Era una de las bolitas de Ellie. El chico podría haberse atragantado. Decidió que las bolitas desaparecerían de la casa (Gage se llevaba directamente a la boca todo lo que encontraba), pero esa decisión, aunque indudablemente elogiable, no sirvió para mantener al niño entretenido hasta la vuelta de su madre.
... Louis podía oír las ráfagas de viento primaverales alrededor de la casa, que movían las nubes y proyectaban sombras sobre el terreno de la vecina, la señora Vinton, y súbitamente recordó el barrilete que había comprado, por capricho, cinco o seis semanas atrás, cuando volvía a casa de la universidad. ¿Había comprado hilo también? ¡Claro que sí!
... -¡Gage! -dijo. Gage había encontrado un lápiz verde bajo el sofá y ahora estaba garabateando en uno de los libros favoritos de Ellie "Algo más para alimentar los fuegos e la rivalidad fraterna", pensó Louis, y sonrió. Si Ellie se enojaba de veras por las rayas que había logrado hacer Gage en Dónde están las Cosas Salvajes antes de que Louis pudiera apartarlo, Louis simplemente mencionaría el tesoro único que había descubierto en los pañales de Gage.
... -¿Qé? -respondió Gage. Ya estaba hablando muy bien. Louis había llegado a la conclusión de que el chico podía ser brillante.
... -¿Quieres salir?
... -¡Salir! -asintió Gage excitado-. ¿Dónde están los palones, papi?
... Gage preguntaba por sus pantalones. A Louis solía dejarlo pensativo el discurso de Gage, no por su gracia, sino porque creía que los niños pequeños sonaban todos como inmigrantes aprendiendo una lengua extranjera de un modo azaroso pero bien dispuesto. Sabía que los bebés hacen todos los sonidos de que es capaz la máquina de la voz humana... Y pierden tal capacidad cuando aprenden el inglés. Louis se preguntaba ahora (no por primera vez) si la infancia no sería más un período de olvido antes que de aprendizaje.
... Al fin encontraron los "palones" de Gage... casualmente también estaban bajo el sofá. Otra de las creencias de Louis era que en familias con niños pequeños, el área bajo los sofás de la sala empieza a desarrollar después de un tiempo una vigorosa y misteriosa fuerza electromagnética que llega a absorber toda clase de basura: desde frascos y broches de pañal hasta lápices verdes y ejemplares de la revista de Plaza Sésamo con comida entre las páginas.
... Pero la chaqueta de Gage no estaba bajo el sofá; estaba en la escalera. La gorra Red Sox, sin la cual Gage se negaba a salir de la casa, fue lo más difícil de encontrar porque estaba donde debía estar: en el armario. Por supuesto, fue el último sitio donde se le ocurrió buscar.
... -¿Afera, papi? -preguntó Gage de buen humor, dándole la mano al padre.
... -Vamos al terreno de la señora Vinton -dijo Louis-. A hacer volar un barrilete, ayudante.
... -¿Leeeete? -preguntó Gage, inseguro.
... -Te gustará -dijo Louis-. Espera un minuto.
... Estaban en el garage. Louis buscó su aro de llaves, abrió el pequeño armario y encendió la luz. El barrilete seguía en su envoltorio original, con el precio todavía prendido al papel. Lo había comprado en pleno febrero, cuando toda su alma pedía una luz de esperanza.
... -¿Eso? -preguntó Gage. Era la expresión que en su idioma significaba: "¿Qué diablos tienes ahí, padre?"
... -Es el barrilete -dijo Louis y lo sacó de la bolsa de papel. Gage miró, interesado, mientras Louis desenvolvía el barrilete buitre, que extendió las alas de más de un metro y medio de envergadura, en plástico tenso. Los ojos saltones e inyectados los miraron desde la pequeña cabeza que giraba sobre el cuello desnudo y rosado.
... -¡Bicho! -chilló Gage-. ¡Un bicho, papi!
... -Es un pájaro -asintió Louis, cerrando las presillas en el revés del barrilete, y buscando los ciento cincuenta metros de cordel que había comprado ese mismo día. Miró por encima del hombro y le dijo a Gage: -Te gustará, muchacho.
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... A Gage le gustó.
... Fueron con el barrilete al terreno de la señora Vinton, y Louis lo hizo remontar en el ventoso cielo de fines de marzo. El aparato remontó de primera intención, aunque Louis no había tocado un barrilete desde que tenía... ¿cuánto? ¿Doce años? ¿Diecinueve años atrás? Dios, era terrible.
... La señora Vinton era una mujer de la edad de Jud, pero incomparablemente más frágil. Vivía en una casa de ladrillos, y rara vez salía a su jardín. Atrás de la casa terminaba el terreno y empezaban los bosques... los bosques que llevaban al Semeterio de Animales y al cementerio micmac, oculto mucho más allá.
... Vola, papi! -gritaba Gage.
... -¡Sí, mira qué alto! -gritó Louis, riéndose con entusiasmo. Subía tan rápido que el hilo se calentó y sintió una línea de fuego en la palma.- ¡Mira el buitre, Gage! ¡Nadie lo puede alcanzar!
... Narie canzar! -gritó Gage y se rió, alto y feliz. El sol salió de atrás de una gorda nube gris, y la temperatura pareció subir cinco grados en un instante. Allí estaban, al calor brillante e inestable de marzo, antes del comienzo franco de la primavera, en la hierba alta del terreno de la señora Vinton; encima de ellos el barrilete remontaba el azul del cielo, cada vez más alto, con sus alas de plástico bien extendidas y, como le había sucedido cuando era niño, Louis se sintió a sí mismo subir con el barrilete, y mirar desde arriba al mundo en su forma real, la que deben de ver los cartógrafos en sus sueños; el terreno de la señora Vinton, tan blanco y silencioso como los caminos de vacas siguiendo el deshielo, un paralelogramo limitado por un muro de piedra en dos de sus lados, y el camino al fondo, una cinta negra recta, y el valle del río: el barrilete lo veía todo con sus ojos saltones. Veía el río como una cinta fría y gris de acero, con trozos de hielo flotando en él todavía; al otro lado veía Hampden, Newburgh, Winterport, con un barco en el muelle. Quizá veía incluso el Molino St. Regis en Bukcsport bajo su nube de vapor, y la costa del mar, donde el Atlántico golpeaba contra las rocas desnudas.
... -¡Mira cómo sube, Gage! -gritó Louis riéndose.
... Gage se inclinaba tanto hacia atrás que faltaba poco para que se cayera. Tenía una gran sonrisa en la cara. Agitaba los brazos hacia el barrilete.
... Louis separó algo del hilo y le dijo a Gage que extendiera una mano. Gage lo hizo, sin mirar: no podía sacar la vista del barrilete, que nadaba y bailaba en el viento y hacía correr su sombra por el césped.
... Louis le dio dos vueltas de hilo a la mano de Gage, que ahora sí miró y pareció cómicamente asombrado por la fuerza del tirón.
... -¡Qué! -dijo.
... -Tú lo haces volar -dijo Louis-. Tú lo manejas, ayudante. Es tuyo.
... -¿Gage lo vola? -dijo Gage, como si estuviera pidiendo confirmación no a su padre sino a sí mismo. Dio un tirón a la cuerda; el barrilete pareció asentir en el vuelo. Gage le dio un tirón más fuerte; el barrilete saltó hacia abajo y volvió a subir. Louis y su hijo rieron juntos. Gage extendió la mano libre, buscando, y Louis la tomó en la suya. Se quedaron así, inmóviles, en medio del terreno de la señora Vinton, mirando el barrilete.
... Fue un momento con su hijo que Louis nunca olvidó. Así como había subido imaginariamente al barrilete, como un niño, ahora se ubicó en el corazón de Gage, su hijo. Se sintió encoger hasta hallarse dentro de la casa diminuta de Gage, mirando por las ventanas que eran sus ojos, mirando un mundo que era inmenso y brillante, un mundo donde el terreno de la señora Vinton era casi tan grande como las mesetas de Boneville, donde el barrilete subía a kilómetros de altura, el cordel se movía en su puño cerrado como un ser vivo mientras el viento le revolvía el cabello.
... Vola! -gritaba Gage. Y Louis se inclinó, abrazó al niño y lo besó en la mejilla, que estaba rosada por el viento.
... -Te adoro, Gage -le dijo.
... Y Gage, a quien le quedaban menos de dos meses de vida, soltó una risa muy aguda y feliz:
... ¡Vola el balete! ¡Vola el balete, papi!



(Stephen King: Pet Sematary, 1982)

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