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... Pasar la noche de Año Nuevo en el hogar es una manera clásica.
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... Pasar la noche de Año Nuevo en el hogar es una manera clásica.
... Los familiares se reúnen, van llegando y, al entrar, emiten distintas opiniones.
... Unos dicen:
... -¡Vaya un frío que hace!, eh?
... Otros preguntan:
... -Hace frío, ¿eh?
... Otros declaran:
... -¡El frío que hace!
... Otros gruñen:
... -¡Hace un frío!
... Y así sucesivamente.
... Y es que el hogar, en la noche de Año Nuevo, es el único sitio en que, por única vez, se hallan de acuerdo las familias.
... Después viene el capítulo de los recuerdos:
... -¿Os acordáis de cómo pasamos el Año Nuevo pasado?
... -Sí. Fuimos a Arganda.
... -No. Eso fue el antepasado. El pasado nos reunimos en casa de Micaela.
... -¿En casa de Micaela? No. Estuvimos en "Los Burgaleses".
... -No, hombre, fuimos al café de San Millán. ¿No os acordáis que había unos mudos jugando al billar?
... Y se arman unos líos tremendos.
... Por fin, el abuelo corta las complicaciones diciendo que le duele una pierna. Los hijos dicen que es reuma. Y los sobrinos dicen que es gota. Y el abuelo dice que es tarde.
... Y se sientan todos a la mesa.
... Se sientan a la mesa a las diez, pero hasta las doce menos cuarto no sirven la sopa. La dueña de la casa se excusa ante los invitados que no son de la familia:
... -Crean ustedes que en estos días de tanto ajetreo...
... Y no dice más. Uno de los invitados -ese que es idiota, pero que se sienta siempre al lado de la estufa- se encuentra en la obligación de acabar la frase:
... -Sí. En estos días de tanto ajetreo, la sopa sale siempre salada.
... Todos se escandalizan y cada cual echa un poquito de agua de su copa en el plato del idiota, para combatir su exceso de sal. Cuando han concluido, el invitado tiene que tomarse la sopa en un sifón.
... La dueña de la casa lleva siempre la voz cantante, narrando cosas que no importan a nadie, mientras hace platos, en ese estilo familiar que todos conocemos. Por ejemplo:
... -La vida se está poniendo imposible. El otro día me decía la señora del piso de arriba (dame el plato Ramoncito) que le había costado un pollo pequeñísimo (¿quiere usted más verdura, papá?) dieciocho pesetas. ¿No es escandaloso que un pollo (me parece que te he servido poco, María Luisa) cueste más de tres duros? Y es que, digan lo que quieran, las subsistencias (la verdura no se ha cocido bien) siguen estando por las nubes, y el mes próximo (el que quiera más, que lo diga) aún subirán más.
... Etcétera, etc.
... La comida se desliza bajo la preocupación de la hora.
... -A ver si no van a dar las campanadas a tiempo.
... -Id distribuyendo las uvas en platitos.
... -Lo mejor es pelarlas.
... Pero todo esto no quita para que el reloj empiece a sonar cuando están todos más descuidados.
... Se atragantan. Hay siempre una señora gorda a quien le ataca en el preciso momento una risa convulsiva. Y hay también el caballero que ha vivido muchos años en América, y que no se sabe por qué, en vez de uvas, a cada campanada se traga un melocotón.
... A partir de las doce de la noche, la fiesta decae, y el instante en que alguien pone discos en el gramófono marca el primer ronquido y el primer bostezo. Pero los que empiezan a dormirse se despiertan siempre cuando al invitado idiota se le caen al suelo once discos, incluido el de "Rigoletto".
(Enrique Jardiel Poncela: Máximas mínimas, 1940)